Partiendo de un cortometraje inquietante y, en mi opinión, superior incluso a la película que generó, Sorogoyen nos muestra, valiéndose de un trabajo magnífico de Marta Nieto, la mirada de una madre que es incapaz de asumir y resignarse a la desaparición de su hijo 10 años antes.

Con un pulso narrativo que nos lleva a las manera de un Rhomer, con una descripción de personajes basada más en los silencios y en las miradas que en los diálogos, salva quizás un guión un tanto enmarañado mostrándonos sentimientos, vulnerabilidades, ansiedades y otros estados anímicos que solo la mirada de la actriz protagonista son capaces de hacer llegar al espectador.

Es una película deliberadamente lenta, apoyada en esos paisajes magníficos de Las Landas francesas, con un mar bello y amenazante y playas largas y un tanto hostiles. Todo lo que ocurre en la película significa algo y la relación entre la madre que perdió a su hijo y el adolescente que le recuerda a ese hijo tiene tintes morbosos, para nada incómodos para el espectador, que son capaces de llevarnos a imaginar las heridas que nunca se cierran y que causaron la pérdida de lo más querido.

Una película que merece la pena verse.