Revisar esta película que tiene más de sesenta años y que vi una y otra vez de niño y de adolescente en la pequeña pantalla es todo un placer. Hacerlo, además, acompañado de alguien que no la había visto y que tiene apenas una tercera parte de existencia que la propia película, es algo magnífico.

Y lo es porque puedes comprobar cómo películas como esta son capaces de trascender el tiempo, apasionar a diferentes generaciones y lograr que una historia pueda valorarse tantas décadas después de ser pergeñada.

Esto es un clásico, una obra maestra. Pocas veces Gregory Peck estuvo tan bien en pantalla. O Charlton Heston, en un papel secundario que borda. Magníficas Jean Simmons y Carrol Baker. Y Charles Bickford. Y por encima de todos ellos, un poco por encima, el grandiosos Burl Ives, con una actuación en pantalla que solo iguala en LA GATA SOBRE EL TEJADO DE CINC CALIENTE. Oscar, dos orejas y rabo para el grandísimo actor que encarna al villano con principios o al héroe oscuro con un código de honor propio.

Hay escenas inolvidables, como la pelea a puñetazos entre Peck y Heston en la grandiosidad del territorio, rodada con una lejanía magníficamente sopesada por un Wyler en estado de gracias.

O esa otra en la que Heston niega su ayuda a su patrón y mentor, dejándole solo ante el inminente enfrentamiento con su opositor. Cuando se lo piensa y decide ir a su lado, ese momento de Heston cabalgando y el resto de hombres siguiéndole, es cine en estado puro.

Qué gran película.