“Shutter Island” es de aquellas películas que te desconcierta. En un principio te deja fascinado por su poderoso arranque, por su creciente y magistral ritmo narrativo pero el asunto se va torciendo conforme se acerca al desenlace, y el exceso de giros argumentales acaba mareando al espectador que sale con la sensación de que han estado jugando con él para finalmente dejarle hecho un mar de dudas. Martin Scorsese plantea una historia de aire clásico en la que el thriller, el drama y el terror se mezclan de una manera eficaz que sin embargo va dejando demasiados cabos sueltos que nunca terminan por atarse. Y es una lástima, porque a la brillante dirección de Scorsese hay que sumarle la gran interpretación de un Leonardo DiCaprio que hace suyo el papel desde el primer momento y la labor de los diferentes personajes secundarios que ayudan a que la tensión y la incertidumbre del relato estén siempre presentes. Con la experimentación en el campo de la psiquiatría como tema de fondo de toda la trama, “Shutter Island” desgrana temas tan polémicos como la manipulación del individuo o el lavado de cerebro con fines políticos, y lo hace en cierta medida usando al espectador como conejillo de indias de una manera tan maquiavélica como la que sufre el protagonista de la historia. El resultado podría ser fascinante si al fin y al cabo no fuera tan habilidosamente engañoso.

Lo mejor: su planteamiento inicial.

Lo peor: la sensación final de no haber entendido nada.