George Romero se va de compras y convierte un centro comercial en el último reducto de la humanidad saciada por vivir en una especie de oasis del consumo. Los supervivientes atrincherados se olvidan del horror que merodea a los alrededores.
Sorprendentemente el director deja de un lado la sensación de angustia y prejuicios heredados de "La Noche de los Muertos Vivientes" creando un espacio de libertad total, sin sus claustrofobias ni pánicos añadidos, para estallar en el momento oportuno en un estado de violencia y sangre por obra y gracia de los vivos (la estimable escena de la llegada de los motoristas). Los zombis violáceos son mero decoro y la palma se la lleva Tom Savini como maquillador y en el rol de ángel del infierno dispuesto a saciar su sed de violencia y sangre destrozando sus obras creadas.
Los últimos veinte minutos del film son un regalo; un festival sanguinolento del gore por el gore; de la misma manera que se crea, se destruye.