No tendría sentido extenderse en una crítica sobre este corto de modo que se tardara más en leerla que en ver la obra. Solamente quiero remarcar lo tremendamente difícil que resulta transformar imágenes en emoción. Y no solo las imágenes físicas, sino también las simbólicas que se dibujan en la mente del afortunado espectador.

El talento en bruto serviría para una escena, quizás. Sin embargo, lograr 12 minutos de progresiva ensoñación catártica, incluso contando con el apoyo de una música excelente, como es el caso, no está al alcance del simple talento, sino que requiere esmero, dediación y artesanía. Y eso es lo que encontramos en este cortometraje.

La maison en petits cubes ahonda en los recovecos de la memoria del protagonista, pero lo hace con tal pasión, cariño y sutileza que, por un instante, esos recuerdos parecen nuestros. Ese es el logro.