Drive es una carrera a lomos de emociones, sensaciones íntimas entre extraños que se aprenden con los gestos. Los coches no son más que un instrumento en esa huida hacia adelante salpicada de sangre, traiciones y amor. La película se sustenta en silencios tan llenos de sustancia como lo está el propio aire que respiramos. En medio de los silencios viven susurros, el bramido de hermosos motores, canciones bien elegidas formando breves e intensos videoclips y huellas de la batalla que se libra entre el derecho a ser feliz y el abismo del dolor y la muerte.

Con un ingrediente tan complejo de tratar como el silencio, aderezado de gestos y un palillo entre los dientes del hierático protagonista, este desconocido director danés ofrece hora y media de puro cine de suspense, intriga, violencia y pequeñas dosis de felicidad auténtica. Drive presenta en un envoltorio fascinante para los sentidos, algunas pinceladas de verdadero arte. Una pelea de sombras, un beso apasionado que precede a una brutal agresión, una colisión que termina ahogada en las olas.

Esta película también sirve para ensalzar todavía más a un actor en alza como Ryan Gosling, que está perfecto en su rol de piloto solitario y, aparentemente, sin escrúpulos. Nada se sabe de su vida, nada cuenta, nada calla ni se guarda. Durante todo el metraje el actor se entrega en cuerpo y alma a su papel, algo que abarca el 90% de ese espacio silencioso.

Me temo que a partir de ahora se pondrá de moda llevar un palillo en la boca. Yo ya tengo uno en mi cartera por si me encuentro a Irene.