Aquellos que vayan en busca de una obra maestra en pleno 2018 lo llevan claro, ya que esta película ha nacido para un único fin (más bien dos): recaudar lo máximo en taquilla y entretener al público.
Con estas dos premisas, y viendo quien encabeza la película, es fácil de ver que no es un film de arte y ensayo, sino más bien una película donde la acción prima por encima de todo y donde el espectador tiene que estar preparado para recibir una dosis de sustos (hay muchos, pero pocos son buenos) y, sobre todo, lo que interesa saber es qué plan tienen para acabar con él.
La manera de llegar a este desenlace puede llegar a ser algo extraña, quedándote con la sensación de que se podría haber hecho algo más, pero no se le pueden pedir peras al olmo.
En el equipo técnico, la banda sonora de Harry Gregson-Williams logra dar al Megalodón un toque siniestro. Algunos efectos especiales parecen ser hechos de mala gana y con poca inventiva.
Respecto a la dirección, parece que ha nacido para cumplir con lo más importante: dar dinerito a sus productores.