Si la analizamos en contexto sociológico, es naturalismo puro: muestra la bajeza, la torpeza, el esnobismo y la superficialidad de la típica familia estadounidense de principios de los noventa (escandaloso y triste ejemplo que en Latinoamérica muchos han tenido a bien imitar...). En el plano político, hay que censurarle la exagerada dosis de machismo y hembrismo que destila en la mayoría de sus episodios. Ahora, en lo estrictamente estético, es un fiasco. ¿Por qué, entonces, su éxito? ¿Por qué nos hace reír? Tal vez, como dice un psiquiatra amigo, porque nos confronta con nosotros mismos y nuestra circunstancia, y así se gana nuestra simpatía, que es la misma simpatía que expresaríamos a cualquier alter ego, real o ficticio. O tal vez porque sus chistes, pese a toda una década de desgaste, no sufrieron mayor deterioro. O tal vez porque somos, como sociedad, todavía bastante inmaduros.