Vuelta a la injusticia cinematográfica del mítico personaje de Robert E. Howard. Esta reposición ha conseguido aupar a obra maestra la anterior saga de los años 80, que nunca fue una maravilla, pero al menos poseía un mínimo de argumento que los fieles al héroe por lo menos supimos perdonar en su momento. No ocurre lo mismo con esta nueva entrega. Todos los escenarios los han copiado de las portadas de Manowar y de Symphony X. Jason Momoa queda mejor como pilier de los All Blacks que como el rudo cimmerio que dibujaran magos del comic como los hermanos Buscema. No existen los tiempos muertos que dan vida al personaje y en vez de ello, se rellenan los minutos con mandobles más próximos al cine oriental de artes marciales. Si Jason Momoa alguna vez pensó que su carrera cinematográfica despegaría tras este banal producto, ahora se ha dado cuenta de que la única manera que tiene para pagar la hipoteca es buscar curro en alguna gasolinera perdida de Arkansas sacándose algún extra mientras revisa los bajos de cualquier cincuentona en el lavo de señoras. Lamentable.