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Voto de Ano García:
6
2017
David Lynch (Creador), Mark Frost (Creador) ...
7,8
7.812
Serie de TV. Intriga. Thriller. Drama
Serie de TV (2017). 18 episodios. Continuación de la serie de culto "Twin Peaks", que vuelve a contar con gran parte del reparto original además de nuevas incorporaciones. La historia continúa alrededor de los personajes de Dale Cooper (Kyle MacLachlan) y Laura Palmer (Sheryl Lee), pero 25 años después. Mientras el agente sigue atrapado en la habitación roja, su alter ego macabro y sanguinario imparte el terror a su alrededor. Un nuevo ... [+]
21 de enero de 2022
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
A David Lynch se le va la pelota. Mucho. A veces es inevitable preguntarse si está vacilando a la audiencia, como parece que hizo en "Mulholland Drive", o en los tres minutacos de un tipo barriendo un bar que enchufa en un capítulo de la "Twin Peaks" de 2017, por ejemplo.
Pero no se puede enfadar uno con Lynch. Para empezar, porque siempre puede estar queriendo decir algo que no entendemos, y admitirlo podría incluso hacernos sufrir cierto rechazo social entre nuestros contactos intelectuales. Y porque, además, cuando lo ha hecho bien ha sido exquisito. La Twin Peaks original es la prueba evidente de ello: una base narrativa para todos los públicos que aseguró éxito de audiencia, pero sobre la que exhibió una y otra vez sus locuras. En esta sala hay una cabeza de ciervo sobre la mesa, éste fluorescente parpadea, aquí un enano y un gigante hablan al revés, etc.
El problema de Lynch sea tal vez que cada vez se ha ido alejando más del mundo material. Su última película, "Inland Empire", era directamente una serie de imágenes inspiradas por el “Uno”: cada día, al despertar, Lynch meditaba, y luego filmaba lo que la meditación le había sugerido. El argumento es casi nulo: se crea un conflicto, pero no se llega a su resolución sino que se dispara en mil direcciones, como exhibiendo todas las posibles combinaciones (y ninguna demasiado enraizada en el mundo físico) o mostrando todos sus prismas. La idea subyacente es que, al final, todo está conectado entre sí. Y así Lynch hace que la necesaria suspensión de la incredulidad a la hora de ver cualquier película se extienda también a la realidad.
Por ello, cuando alguien se enfrenta a un producto puramente lynchiano tiene que hacerlo desde la tripa, no desde la cabeza. Quien ve "Eraserhead" o "Lost Highway" no va a presenciar un argumento redondo como los de las producciones clásicas de Hollywood, sino una serie de emociones visuales. Pero tampoco va a experimentar la efímera tensión del thriller, sino sensaciones más profundas, más allá de lo palpable.
Eso es exactamente lo que cabe esperar en la nueva temporada de Twin Peaks. Han pasado 25 años desde la original y Lynch está ahora mucho más desbocado. A la vez, como la serie se ha convertido en un clásico, su creador ha tenido ahora carta blanca para rodar lo que le viniera en gana. Y a veces es inevitable preguntarse si ello ha sido bueno. ¿Deberían haberle parado los pies aquí o allí, como hizo repetidamente la cadena de televisión que emitió la original?
Esa pregunta viene a nuestra cabeza una y otra vez en la nueva Twin Peaks. El personaje de Doug Jones, por ejemplo, es totalmente insostenible (¿de verdad nadie lo lleva a un médico?) y muy mal articulado frente a otros tontos cinematográficos como Forrest Gump, Mr Chance en "Being There" o el mismo Kyle MacLachlan en "The Hidden". La construcción argumental es a veces floja, y recurre a coincidencias para hacer avanzar la historia. Y si Lynch en sí es difícil de seguir, los grandes hiatos que tienen algunos de los hilos argumentales, que dejan de aparecer durante varios capítulos, lo hacen aún más complicado.
Además, de la serie original se echa de menos el aire exquisitamente provinciano y familiar de la población de Twin Peaks que, reflejado en las manías y costumbres de sus habitantes, parece el verdadero protagonista. La cadena de televisión exigió que el número de habitantes que se mostraba en cada cabecera fuese de 51.021, porque la idea original de 5.120 les pareció demasiado pequeña.
Pero, de nuevo, es una serie que ha de ser vista con las tripas y no con los ojos. Ahí es donde empiezan las maravillas. Como la intensa mirada vacía que Kyle MacLachlan da al Cooper “malo”, un personaje radicalmente distinto al original pero soberbiamente interpretado. O las secuencias de los “no-mundos” donde Lynch juega exquisitamente con el tiempo. O el sobrecogedor tratamiento de la explosión nuclear del octavo capítulo, comparable al “tripi” de "2001, una odisea en el espacio", y su subsiguiente trama, que parece rendir homenaje al mejor John Carpenter. Porque, más que una serie, Twin Peaks es “arte en movimiento”, como dice el propio MacLachlan.
Como en el resto de las producciones de Lynch, el conflicto inicial de la nueva Twin Peaks está claro. Como en el resto de sus producciones, lo que no está claro es que se llegue a resolver. Recordemos que en la serie original el asesino de Laura Palmer se reveló por presiones de la cadena y no por voluntad de sus autores. Pero con Lynch todo puede dar un giro en cualquier momento. Y este es el mayor descubrimiento del último capítulo de Twin Peaks:
Pero no se puede enfadar uno con Lynch. Para empezar, porque siempre puede estar queriendo decir algo que no entendemos, y admitirlo podría incluso hacernos sufrir cierto rechazo social entre nuestros contactos intelectuales. Y porque, además, cuando lo ha hecho bien ha sido exquisito. La Twin Peaks original es la prueba evidente de ello: una base narrativa para todos los públicos que aseguró éxito de audiencia, pero sobre la que exhibió una y otra vez sus locuras. En esta sala hay una cabeza de ciervo sobre la mesa, éste fluorescente parpadea, aquí un enano y un gigante hablan al revés, etc.
El problema de Lynch sea tal vez que cada vez se ha ido alejando más del mundo material. Su última película, "Inland Empire", era directamente una serie de imágenes inspiradas por el “Uno”: cada día, al despertar, Lynch meditaba, y luego filmaba lo que la meditación le había sugerido. El argumento es casi nulo: se crea un conflicto, pero no se llega a su resolución sino que se dispara en mil direcciones, como exhibiendo todas las posibles combinaciones (y ninguna demasiado enraizada en el mundo físico) o mostrando todos sus prismas. La idea subyacente es que, al final, todo está conectado entre sí. Y así Lynch hace que la necesaria suspensión de la incredulidad a la hora de ver cualquier película se extienda también a la realidad.
Por ello, cuando alguien se enfrenta a un producto puramente lynchiano tiene que hacerlo desde la tripa, no desde la cabeza. Quien ve "Eraserhead" o "Lost Highway" no va a presenciar un argumento redondo como los de las producciones clásicas de Hollywood, sino una serie de emociones visuales. Pero tampoco va a experimentar la efímera tensión del thriller, sino sensaciones más profundas, más allá de lo palpable.
Eso es exactamente lo que cabe esperar en la nueva temporada de Twin Peaks. Han pasado 25 años desde la original y Lynch está ahora mucho más desbocado. A la vez, como la serie se ha convertido en un clásico, su creador ha tenido ahora carta blanca para rodar lo que le viniera en gana. Y a veces es inevitable preguntarse si ello ha sido bueno. ¿Deberían haberle parado los pies aquí o allí, como hizo repetidamente la cadena de televisión que emitió la original?
Esa pregunta viene a nuestra cabeza una y otra vez en la nueva Twin Peaks. El personaje de Doug Jones, por ejemplo, es totalmente insostenible (¿de verdad nadie lo lleva a un médico?) y muy mal articulado frente a otros tontos cinematográficos como Forrest Gump, Mr Chance en "Being There" o el mismo Kyle MacLachlan en "The Hidden". La construcción argumental es a veces floja, y recurre a coincidencias para hacer avanzar la historia. Y si Lynch en sí es difícil de seguir, los grandes hiatos que tienen algunos de los hilos argumentales, que dejan de aparecer durante varios capítulos, lo hacen aún más complicado.
Además, de la serie original se echa de menos el aire exquisitamente provinciano y familiar de la población de Twin Peaks que, reflejado en las manías y costumbres de sus habitantes, parece el verdadero protagonista. La cadena de televisión exigió que el número de habitantes que se mostraba en cada cabecera fuese de 51.021, porque la idea original de 5.120 les pareció demasiado pequeña.
Pero, de nuevo, es una serie que ha de ser vista con las tripas y no con los ojos. Ahí es donde empiezan las maravillas. Como la intensa mirada vacía que Kyle MacLachlan da al Cooper “malo”, un personaje radicalmente distinto al original pero soberbiamente interpretado. O las secuencias de los “no-mundos” donde Lynch juega exquisitamente con el tiempo. O el sobrecogedor tratamiento de la explosión nuclear del octavo capítulo, comparable al “tripi” de "2001, una odisea en el espacio", y su subsiguiente trama, que parece rendir homenaje al mejor John Carpenter. Porque, más que una serie, Twin Peaks es “arte en movimiento”, como dice el propio MacLachlan.
Como en el resto de las producciones de Lynch, el conflicto inicial de la nueva Twin Peaks está claro. Como en el resto de sus producciones, lo que no está claro es que se llegue a resolver. Recordemos que en la serie original el asesino de Laura Palmer se reveló por presiones de la cadena y no por voluntad de sus autores. Pero con Lynch todo puede dar un giro en cualquier momento. Y este es el mayor descubrimiento del último capítulo de Twin Peaks:
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
que el agente Cooper folla. Nadie imaginaba que un ser tan prístino tuviera deseos tan físicos. ¡Si hasta se resistió al baile de Audrey Horne! Pues sí, efectivamente fornica.
Tal revelación no es cosa baladí. El ser intuitivo y benefactor que conocíamos era solo una ilusión: el Cooper real es una mezcla de todos los anteriores. Por si había algún telespectador despistado, los vejetes del bar se preguntan “¿Quién es él?” cuando este Cooper defiende a la camarera de tres machirulos. Y hay que ver cómo se transforma (¡otra vez!) Kyle MacLachlan para impersonar a este nuevo Cooper. Los matices, que recoge de todos los Coopers anteriores, son brutales.
Pero este posCooper no es más que el resultado de un final del que no me atreveré a dar explicaciones. En cualquier caso, esta nueva temporada enaniza las dos primeras de la serie, como quien, mirando por un telescopio las estrellas, hace de menos un cuadro de Goya por ser una cosa infenitésima comparada con el tamaño y mecanismo del universo. ¿Qué le puede importar a la naturaleza tal cosa? Pues aquí igual. Twin Peaks 3 dispara en un arco tan grande que las primeras entregas quedan ridículas. ¿Os gustó lo que pasaba en el Twin Peaks de 1990? Pues os fastidiáis, porque era todo mentira. Laura Palmer no murió, Cooper no es ese en realidad, etc. Y es más frustrante advertir que esa mentira lo es dentro del propio universo diegético de la serie que saber de antemano que todo lo que echan por la tele, ya se trate de una peli o una noticia, es mentira. Aquí está de nuevo Lynch tomándonos el pelo, cosa que acatamos con gran gusto.
El final, como digo, abre infinitas posibilidades, y hay tantas como espectadores. Por internet hay a raudales para quien quiera buscar. De las que he leído, desechando la obvia y facilona “lucha entre el bien y el mal”, me quedo con la de “capas de realidad”, que es la más lynchiana: un universo que se explora a sí mismo, que solo concoce una parte limitada, y que cuanto más descubre más se da cuenta de lo que no sabe. En este viaje no nos guía un narrador onmisciente, sino que vamos de la mano de sus propios protagonistas, que avanzan a tientas y con más intuición que sabiduría. Y conocemos hasta donde conocen ellos, que no es mucho. El propio Cooper, siempre con una respuesta ingeniosa a mano, se queda tan mosca como el telespectador con el grito final de Laura.
Por el camino vemos cosas que no entendemos. Entre otras, ¿en qué se ha convertido Sarah Palmer, la madre de Laura? Ahora, viuda y sin hija, es una vieja loca que ve en la tele un un trozo de un combate de boxeo en bucle. Y le da un bocao a un tipo por pasarse de machirulo. Es brutal esa escena. Pero ojo, hete aquí que Laura no muere. ¿Entonces? Bueno, es una más de las tantas historias inconclusas que aparecen aquí y allí. Mis amigos guionistas me dicen mil veces que no hay que incluir en una narración nada que no esté encaminado a resolver el conflicto principal. Pues bien, se conoce que a Lynch y Frost no les debieron dar el título de guionista. Mejor así.
Otro apunte: dicen por ahíque Lynch es incapaz de hacer una historia con final feliz. Falso: aquí los hay a raudales. Ejempo: Doug (o una fotocopia suya, pero vale igual) vuelve a casa con su mujer e hijo. Otro: Ed se lía con Norma. Más: Bobby Gibbs ha dejado la mala vida. Etc.
En cualquier caso, como digo arriba, esta es una serie que hay que ver con la tripa y no con la cabeza. Hay que dejarse llevar por cada uno de esos enormes minutos en los que no ocurre nada. Acompañar eternamente a Cooper por por nosecuantas carreteras, y en todo caso dar gracias de que no nos haya puesto las cinco horas de viaje. Y que hablar tanto de una serie con lo grande que es el universo y la cantidad de cosas importantes que hay por ahí es enanizar la mirada. Pues hala, me callo ya.
Tal revelación no es cosa baladí. El ser intuitivo y benefactor que conocíamos era solo una ilusión: el Cooper real es una mezcla de todos los anteriores. Por si había algún telespectador despistado, los vejetes del bar se preguntan “¿Quién es él?” cuando este Cooper defiende a la camarera de tres machirulos. Y hay que ver cómo se transforma (¡otra vez!) Kyle MacLachlan para impersonar a este nuevo Cooper. Los matices, que recoge de todos los Coopers anteriores, son brutales.
Pero este posCooper no es más que el resultado de un final del que no me atreveré a dar explicaciones. En cualquier caso, esta nueva temporada enaniza las dos primeras de la serie, como quien, mirando por un telescopio las estrellas, hace de menos un cuadro de Goya por ser una cosa infenitésima comparada con el tamaño y mecanismo del universo. ¿Qué le puede importar a la naturaleza tal cosa? Pues aquí igual. Twin Peaks 3 dispara en un arco tan grande que las primeras entregas quedan ridículas. ¿Os gustó lo que pasaba en el Twin Peaks de 1990? Pues os fastidiáis, porque era todo mentira. Laura Palmer no murió, Cooper no es ese en realidad, etc. Y es más frustrante advertir que esa mentira lo es dentro del propio universo diegético de la serie que saber de antemano que todo lo que echan por la tele, ya se trate de una peli o una noticia, es mentira. Aquí está de nuevo Lynch tomándonos el pelo, cosa que acatamos con gran gusto.
El final, como digo, abre infinitas posibilidades, y hay tantas como espectadores. Por internet hay a raudales para quien quiera buscar. De las que he leído, desechando la obvia y facilona “lucha entre el bien y el mal”, me quedo con la de “capas de realidad”, que es la más lynchiana: un universo que se explora a sí mismo, que solo concoce una parte limitada, y que cuanto más descubre más se da cuenta de lo que no sabe. En este viaje no nos guía un narrador onmisciente, sino que vamos de la mano de sus propios protagonistas, que avanzan a tientas y con más intuición que sabiduría. Y conocemos hasta donde conocen ellos, que no es mucho. El propio Cooper, siempre con una respuesta ingeniosa a mano, se queda tan mosca como el telespectador con el grito final de Laura.
Por el camino vemos cosas que no entendemos. Entre otras, ¿en qué se ha convertido Sarah Palmer, la madre de Laura? Ahora, viuda y sin hija, es una vieja loca que ve en la tele un un trozo de un combate de boxeo en bucle. Y le da un bocao a un tipo por pasarse de machirulo. Es brutal esa escena. Pero ojo, hete aquí que Laura no muere. ¿Entonces? Bueno, es una más de las tantas historias inconclusas que aparecen aquí y allí. Mis amigos guionistas me dicen mil veces que no hay que incluir en una narración nada que no esté encaminado a resolver el conflicto principal. Pues bien, se conoce que a Lynch y Frost no les debieron dar el título de guionista. Mejor así.
Otro apunte: dicen por ahíque Lynch es incapaz de hacer una historia con final feliz. Falso: aquí los hay a raudales. Ejempo: Doug (o una fotocopia suya, pero vale igual) vuelve a casa con su mujer e hijo. Otro: Ed se lía con Norma. Más: Bobby Gibbs ha dejado la mala vida. Etc.
En cualquier caso, como digo arriba, esta es una serie que hay que ver con la tripa y no con la cabeza. Hay que dejarse llevar por cada uno de esos enormes minutos en los que no ocurre nada. Acompañar eternamente a Cooper por por nosecuantas carreteras, y en todo caso dar gracias de que no nos haya puesto las cinco horas de viaje. Y que hablar tanto de una serie con lo grande que es el universo y la cantidad de cosas importantes que hay por ahí es enanizar la mirada. Pues hala, me callo ya.