386/08(09/11/21) Extraño y difícil de catalogar cortometraje (16 minutos) sueco que cumple ahora 30 años de su estreno (08/Noviembre/1991), escrito y dirigido por Roy Andersson y protagonizado por Klas Gösta Olsson, dando vida a un tipo anodino que (tras un impactante y desconcertante prólogo), de rostro cadavérico (maquillado de blanco) nos cuenta su ordinaria vida, desde su vida familiar (en su casa), su trabajo, pasatiempos, religiosidad (‘voy a la Iglesia y me persigno) o futuro (ej.: ‘esta es mi tumba, la compró mi padre’). Ello mostrado en secos planos fijos con el protagonista en primer plano con monólogos monótonos (me recuerdan a los del inicio del mediometraje de José Luis Cuerda “Total”), donde deja entrever grietas emocionales en la percepción entre lo que se narra y la realidad (ej.: habla de lo mucho que quiere a su madre encamada en el hospital, esta le tiende la mano y él la aparta), aflorando un mundo interior cargado de sentimientos de culpa, donde se es capaz de vivir y alimentarse de la tragedia, ello de un modo flemático/burócrata (de ahí su inicio). Un protagonista destinada a la nada, sin aspiraciones, ni refrentes morales, destinado a desaparecer entre la indiferencia, un ser muerto por dentro, que tiene el destino de ser nada, donde se nos ofrece un final abierto a interpretaciones. Una narración adornada por un sentido del humor adusto y cortante, donde se tocan temas de modo sutil como el consumismo, el capitalismo, el genocidio, el fariseísmo, o la hipocresía social. Exponiendo una sociedad exenta de calor humano, desolada, las personas como islas.

Se le puede achacar ser demasiado condicionado a saber de la sociedad sueca, para por ejemplo entender su desgarrador arranque, hay que saber Suecia fue neutral durante la Segunda Guerra Mundial, y se enriqueció comerciando (vendiéndoles hierro y armamento) con la Alemania nazi con al que nadie quería tratos. Por lo que esta secuencia en plano-secuencia es un torpedo contra la toma de posición moral que debería haber tomado el país escandinavo, y en el pragmatismo capitalista de aprovecharse de una tiranía para seguir surtiendo la maquinaria de guerra nazi, una amoralidad nauseabunda.

Este inicio es con el plano de un grupo de personas en una plaza, en el centro de la imagen vemos un camión con gente desnuda en su interior, en la rampa de entrada hay un niño llorando (desnudo), una mujer desnuda lo introduce en el dentro. Entonces de modo metódico y mecánico los del exterior (vestidos de modo oficinista) cierran las puertas. Tras lo que una gran goma conectada al tubo de escape se conecta con una obertura de respiración que da al interior del cajón donde están las personas desnudas. El camión arranca y se aleja, dando vueltas en círculo, y con ello gaseando a los que están atrás metidos, al modo que hicieron los nazis. Mientras el grupo de personas vestidas observan la maniobra impasibles, uno de ellos mira por un momento a cámara, es el que será el protagonista. Hay un fundido a negro (lo habrá de modo enfático para cada secuencia) y pasamos a ver a nuestro maestro de ceremonias relatándonos su pesarosa existencia, presentándonos a su esposa, hijo, madre, su tumba donde está enterrado su padre, su trabajo de agente inmobiliario, su casa, su iglesia, una tediosa y apática vida, donde todo es gris e insustancial. Nos hundimos en una espiral de hastío. Todo embestido de sobriedad y falto de vida, una sociedad ataráxica, sin emociones, proyectando al espectador un mundo desesperanzado y sin ilusión.