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Voto de josesisbert:
6
Comedia Una joven de buena posición social mantiene relaciones con un muchacho que acaba de ganar un concurso de valses. Para convertir a éste en un hombre con porvenir, el padre de la joven le emplea en una fábrica. (FILMAFFINITY)
29 de julio de 2016
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una vez más cedo al placer de comentar algunos de los trabajos de mi abuelo. En este caso abordo una película rodada en 1935 y estrenada en 1936, poco antes de que comenzara la Guerra Civil española, que significó un cambio radical en la carrera de mi yeye por lo que explicaré más tarde.
El argumento de El bailarín y el trabajador cede a dos tendencias del momento: un cine comercial de clara inspiración norteamericana, en el que las secuencias musicales con baile y canciones son el neto reflejo de la filmografía de su época pero con muchos millones menos, y ciertos matices en los diálogos que anticipan la crisis moral que acabaría en una guerra muy cruenta. Esa crisis moral venía oponiendo dos bloques de una sociedad más que dividida; había gente con estudios y una posición social relevante y confortable, y una inmensa mayoría proletaria también dividida en dos clases: los obreros y los trabajadores del campo, que representaban la mayor parte de los habitantes. No deberíamos olvidar que en 1936 el veinticinco por ciento de los españoles eran analfabetos.
En algunos diálogos Luis Marquina, el realizador y co guionista, cede a la tentación de moralizar las relaciones entre obreros y ejecutivos de una gran empresa. Una de sus observaciones retuvo toda mi atención. Marquina pone en labios de un obrero que la sociedad ha cambiado y que los proletarios aspiran a un mejor acceso a la cultura, puesto que su nivel social ha mejorado.
Al margen de estas aportaciones anecdóticas, el libreto es bastante fiel a la obra del genial don Jacinto Benavente, nuestro ilustre Premio Nobel, cuyas gafas de montura de oro me honro en poseer, heredadas de mi abuelo y posteriormente regalo de mi hermano Tony.
En el fondo hablamos de una historia de amor que podríamos calificar de algo ingenua para nuestros tiempos, y que el cine convirtió en un pretexto al servicio de la música y de un espectáculo que hacía soñar a las masas. Se les ofrecía un mundo ideal de belleza y de elegancia, de alegría y de saciedad, con alguna puya marcada a esa juventud dorada que se aprovechaba de una situación heredada y que se muestra vergonzosa.
El único rico simpático en la comedia es mi abuelo, lo que no me extraña. Porque aunque le hubieran dado un papel de malo malísimo o de un ladrón asaltador de bancos, papel que asumiría más tarde en Los Dinamiteros, hubiera bastado con una de sus miradas cargadas de humanidad o de una de sus sonrisas para que mi yeye apareciera como un malo encantador y entrañable con el que el espectador simpatiza.
Lo que más me gustó de la cinta fue la iluminación. También en esta ocasión, los equipos técnicos que no figuran en los títulos de crédito dan una densidad y calidad impagables y a menudo mal reconocidas. Siempre admiré a esas desconocidas manos sin las que el cine otras no habría dejado tal huella en nuestra historia del arte.
El elenco es de buena factura, cabiendo destacar el trabajo admirable de Roberto Rey, simpático bailarín y más simpático todavía obrero, que progresa por su trabajo y su talento en el escalafón de la sociedad de entonces. El ser novio de la hija del dueño algo ayudará a progresar en una empresa, lo que después de la guerra se llamará el braguetazo.
Antonio Riquelme está extraordinario, lleno de humanidad, de corazón y de alegría. De Mariano Ozores todo lo bueno se puede decir, pues es tal su estirpe que arrasa y nos divierte con esa genética de puro arte que tanto admiró mi familia.
Hablemos de mi abuelito ahora. ¡Me encanta verle actuar de joven! No era un galán primerizo, y cuando se rodó la película era ya un talludito papá de tres hijas y de un hijo todos ya destetados. En esta cinta su interpretación es irreprochable, dando vida a un industrial cuyo amor por su única hija le lleva a “maquinar” (del francés machiner y del latín machinari), diríamos mejor a urdir un inteligente plan para que el pretendiente aparezca tal cual es, y que demuestre si es capaz de convertirse en un trabajador puntual en lugar de un bailarín mundano y holgazán, parásito de la sociedad de entonces.
Prometí que contaría algún detalle de la vida de mi abuelo durante la guerra, y cumpliré lo anunciado con gusto. Durante la mayor parte de la Guerra Civil mis abuelos y su prole residieron en Tarazona de la Mancha, provincia de Albacete, que estaba en zona roja. A pesar de ser terratenientes, miembros de una conocida familia burguesa de ingenieros y de industriales y de ser fervientes católicos sin esconderse, en Tarazona de la Mancha jamás les molestó nadie sino todo lo contrario.
El cariño y el lazo indefectible entre los tarazonichos y mis abuelos, que venía de lejos, no se desmintió ni en los episodios más cruentos de la contienda. Mi madre, que hablaba varios idiomas, sirvió como intérprete en el vecino pueblo de Madrigueras, en el que estaban acuarteladas las Brigadas Internacionales. También, con sus hermanas, cosían prendas y material sanitario para los heridos y desamparados.
Todavía iré más lejos: durante los dos últimos años de la refriega, mi abuelo y mi madre actuaron en el frente representando al gran Arniches, a Casona o a Muñoz Seca. Al acabar la contienda se encontraron con una maleta llena de dinero que no servía para nada pues había ganado el otro bando.
Quizás ahora se comprenda mejor por qué mis abuelos, y mi madre, pidieron ser enterrados para su sueño eterno en el cementerio de Tarazona, junto a aquellos con los que fueron felices y convivieron.
josesisbert
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