Pasiones asomadas al abismo del tiempo, inexorable juez de la decadencia presente y futura, notario omnipresente del deseo que no envejece frente a la tozuda voluntad de la carne en viajar al lecho final. Somos mente y cuerpo, si bien caminan por veredas dispares, luchadores permanentes, hermanos locos presos en la misma celda mezquina que el destino o el azar perpetuó como nuestro único hogar.

Los miedos se desatan y las neuronas enloquecen cuando ambos guerreros se enfrentan en la arena brillante, limpia y tersa de una mujer joven, donde todo es armonía, donde la paz reina espléndida, donde la carne y el deseo son uno, pues el tiempo aún permanece dormido.

Invoquemos al amor como nuestro salvador y dejemos que se marche el animal que nos abandona lentamente. La fuerza, el vigor, la lujuria no lo es todo, tal vez no sea nada ante el secreto de una mirada, el esbozo de una sonrisa y la lección madura del sentimiento de la joven frete al profesor infante en el fondo y maestro en la forma.