Dos nombres que aparecen escritos con letras de oro en el cine y la literatura, respectivamente, king y Hemingway, parecen motivo suficiente para quitarse el sombrero ante cualquier cosa, si no fuera porque existe algo que se llama sentido común. Poca sustancia para tanta chicha. Cuatro pesados, interpretados por actores tótem, embargados por extrañas e internas turbaciones, pasean sus frustraciones y amarguras, mientras liban, ríen, lloran ( E intentan otras cositas..)en una especie de Pamplona a lo charro, en la que a falta de pamplonicas, sobran figurantes con sospechosa fisonomía de cholos. Y de cuando en cuando, con pretensión de credibilidad, algún que otro sonrrojante injerto de la verdadera fiesta extraído de un documental del "nodo". Mucha jeta.
A caballo entre el melodrama sicológico, y el teatro filmado ( pero muy lejos de éste último) la singladura final es el aburrimiento, que llega a niveles de irritación cuando king decide introducir acción en una pelea a puñetazos ¡¡Con Mel Ferrer!! que, por su factura, produciría sonrrojo, no ya en cualquier spaguetty-western que se preciara, sino, incluso en un film de nuestro más querido y acendrado "landismo".
Después de casi dos horas de turismo estafante, y de contar absolutamente nada ,la eclosión es un "happy end" con triunfo de amor verdadero, aderezado con "chim pam pus celestiales" en el que sólo falta un coro de aleluyas a lo Frank Capra en " Qué bello es vivir". Quizás hubiera sido lo más justificado del filme tras 130 minutos de introspección en el tedio. Se dice que a Hemingway no le gustó la película. Tal vez la única redención posible para este argumento sea el pensar que la novela ( que no he leído) tenía algo mejor que ofrecer.