Una película de esas que presta sentarse a ver, de disfrutarla, de simplemente dejarse llevar. Salí del cine lleno de buen rollo, porque toda la película es un canto a eso: sentirte lleno. ¿Y cómo se siente uno lleno y realizado hoy día, en una sociedad que nos pide y nos pide tanto? Pues regresando al mítico lugar del que todos hemos salido: la mismísima madre naturaleza.
Aunque otras películas previas a ésta ya han explorado concienzudamente la dinámica hombre/naturaleza, la gran novedad de esta película es que vemos esa dinámica a través de los ojos de un perro, el perro Buck, que pasa todo tipo de penurias y calvarios hasta encontrarse en el único lugar donde siente que realmente esta vivo. La otra cara de la moneda la tenemos en el personaje que interpreta el veterano actor Harrison Ford: un hombre que ya ha vivido una vida entera, que busca redimirse y a la vez "reencontrarse". Y es a través de Buck que se dará cuenta de que, hay veces en que uno no debe mirar hacia atrás, sino mirar hacia adelante. Los hermosos paisajes que pueblan la cinta (Muchos de esos lugares son realmente lugares en los que uno querría detenerse y admirarlos) sirven de escenario a un viaje épico y trepidante, pero no un viaje de descubrir nuevas tierras, sino de descubrirse a uno mismo. La metáfora está muy bien llevada, y los efectos del CGI (Lo digo obviamente por los perros) están bastante conseguidos sin destacar mucho tampoco. Ya solamente por esto es una película entrañable y bien construida. Los secundarios cumplen sin más, aunque quizá el malo está bastante sobreactuado (No se si fue por cosa del guión o del propio actor), y Harrison nos confirma porqué es una leyenda. No será un papel quizá por el que se le vaya a recordar, pero sin duda es uno de sus papeles más entrañables. Muy disfrutable si se va en familia (Aún mejor con niños) pero además funciona como concepto reflexivo-filosófico para adultos.