En muchas ocasiones, la perfección o la maestría en la realización de una obra destaca por la simplicidad o por la sencillez por la cual se muestra. Este atributo es seguramente la mejor forma de elogiar y de presentar esta increíble obra del maestro del thriller, Alfred Hitchcock.

El maestro del suspense por excelencia, quiso mostrar esta obra como si de una pieza teatral se tratara, con una cámara constante, sin que haya cambios de planos. De hecho, el plano varia únicamente al terminar un rollo de cine y Hitchcock consiguió rodar de una forma en que ni siquiera se notara lo más mínimo cuando se cambiaba el plano, para dotar a la obra de mayor dinamismo y continuidad. Siguiendo un maquiavélico guión, el realizador refleja a dos estudiantes que asesinan a un compañero, el cual ocultan luego su cadáver en un baúl, y luego celebran una cena con un grupo de invitados donde destaca la presencia de un profesor de criminología (James Stewart) de los estudiantes, el cual tratan de demostrar la existencia de un crimen perfecto si éste está bien elaborado y sí se tiene una buena razón para llevarse a cabo. El transcurso de la velada se irá haciendo cada vez más intenso con la sospecha del profesor del asesinato por parte de sus dos alumnos.

Como era de esperar, Stewart realiza una sobresaliente actuación, aunque aquí no hay que menospreciar las excelentes actuaciones John Dall y de Farley Granger que interpretan a los asesinos, cada uno con unos rasgos y un carácter bien matizados y claramente diferenciados. Por la particular forma en como se filmó la cinta, no cabe duda de que es una de las películas más intensas de toda la filmografía de Hitchcock y se conserva muy bien pese al paso del tiempo gracias a la sencilla plasmación de su argumento, absolutamente grandilocuente y magistral. Toda una referencia al mejor cine perteneciente al thriller y al suspense nutrido de un soberbio guión.