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España España · Málaga
Voto de Lukas:
7
Drama La familia Solé lleva varias generaciones cultivando una gran extensión de melocotoneros en Alcarràs, una pequeña localidad rural de Cataluña. Pero este verano puede que sea su última cosecha: la fruta ya no renta y los paneles solares están sustituyendo a los árboles.
12 de diciembre de 2022
2 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de leer tan buenas críticas de esta película, sabiendo que ganó el Oso de Oro en Berlín; y no habiendo visto nada más de esta directora, me decidí a verla, por fin. Y en castellano, porque así la ponían (aunque en el original es en catalán, me parece). Y la verdad es que no me ha defraudado, sino todo lo contrario, me ha encantado. Leí algunas críticas negativas aquí, y a pesar de todo, quise verla. Y, tras las dos horas que dura, acabé con una ligera sonrisa, sonrisa de bienestar, incluso de placer. Sí, sí, he aquí alguien que sabe cómo contar una historia, y hacerlo de otro modo. Carla Simón demuestra aquí que es una autora, como se decía antes, en los años 60, qué bien. La autoría parece haber desaparecido, aunque hay aún algunos directores que merecen tal nombre, tal y como la Nouvelle Vague quería . No me refiero a cine indie, con películas casposas o "modernas", de bajo presupuesto, "escandalosas" o no. Me refiero a cine cuidado, y que expresa una visión del mundo. CS la tiene, desde luego.

Es difícil contar por qué ella sí y otros no. Berlín no se ha equivocado, y ha entregado el máximo galardón a una peli sensible, llena de magia desde el comienzo hasta ese emocionante final. Simón sabe dónde colocar la cámara, y su directora de fotografía consigue una cinta llena de colores, en donde se palpa el verano, se siente toda la naturaleza, hasta se oye el viento entre los árboles. Cada secuencia, bajo la capa de falso documental, está medida; late en todas partes la autenticidad de la vida, en sus mínimos detalles. Los personajes se mueven, hablan, insultan, se ríen, se enfadan, cuentan historias, y todo esto es recogido por una cámara primorosa, como no se ha visto en décadas. No hay dramatismo. Alguien se queja de que no hay planteamiento, nudo y desenlace, como en las historias convencionales. A Simón no parece interesarle esas historias rutinarias, esos dramas, esas ficciones.

Carla Simón hace poesía. Poesía con la cámara. Así tendría que ser el cine, siempre. El viento entre las ramas (¿alguien recuerda esa secuencia de Nouvelle Vague de Godard, 1990, en que filma el viento soplando entre los árboles? ), los niños jugando, los conejos corriendo de noche, esos árboles ahí en la llanura, esa tormenta de verano, esas zapatillas bajo el agua. Esa fiesta, esos fuegos, esas chispas que parecen tener vida propia. Cuando suena música tremenda, se nos cuela por los nervios, nos penetra. Cuando las chicas bailan, bailamos con ellas. La vida discurriendo ante nuestros ojos atónitos. Acostumbrados siempre al menú del día, a los mismos dramas e historias trilladas, contadas de manera rutinaria, no sabemos ver el oro de estas secuencias cargadas de la delicadeza de un viento de verano. Es difícil decir dónde reside la magia de esta cinta. Como decir dónde está la magia de una canción. Donde otros ven placa y placa, yo veo la plenitud del verano, el encantamiento de las historias de los ancianos, la energía de los hombres de otro tiempo. Es en esta dolorosa historia cotidiana, este ir y venir de una gente que no conocemos (y que no nos tiene por qué caer bien), en donde reside el misterio del cine. Y se llega así a ese final, prodigio de los sentidos, que juega con nuestros sentidos aletargados.
Lukas
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