Agradezco el ver películas pequeñas porque son las que más me motivan a escribir sobre ellas pero, pensándolo bien, ésta es más bien grande. Por todo. Tiene una dirección excelente (lamentablemente uno de los dos directores falleció en el 2006) y tres intérpretes de altura que bordan sus herméticos personajes -bueno, uno de ellos resulta más animado aunque más fantasma también-. Y los planos, elegantes, a pesar de lo precario que describen muchas veces como esa vieja fábrica de calcetines y una casa destartalada hasta que una mano femenina hace milagros con ella.

No va de licor la cosa sino de aparentar una sonrisa cuando te están fotografiando, para una boda falsa además… Y el karaoke de Piriápolis (“Hoy corté una flor…”) y sus consecuencias posteriores ("Cuando llegues mi amor...") como un respiro en el camino, es de los que no se olvidan. En cuanto al final tampoco… Final o ‘lanif’, como nos diría Marta (estupenda Mirella Pascual así como el genial Pazos).