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España España · Barcelona
Voto de Rómulo:
8
Drama El Padre James Lavelle (Brendan Gleeson) se esfuerza por conseguir un mundo mejor. Le preocupa ver la cantidad de litigios que enfrentan a sus feligreses y a la gente de su parroquia, y le entristece que sean tan rencorosos. Un día, mientras está confesando, recibe una amenaza de muerte de un feligrés anónimo. (FILMAFFINITY)
16 de octubre de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
No falla, cuando al final de una función de cine la sala se ilumina y durante un buen rato me quedo alelado mirando la pantalla, silenciosamente ensimismado, como traspuesto al igual que Pablo al caer de su montura fulminado por el rayo de la fe, me invade la firme convicción de que he visto una gran película o, al menos, mejor dicho, una cinta que me ha gustado mucho.
Y eso es exactamente lo que me ha ocurrido con “Calvary”.
 ¿No les ha pasado alguna vez quedarse enganchados con el primer párrafo de una novela y sentir la irresistible necesidad de seguir leyendo? Pues bien, el arranque de Calvary, en mi opinión, es un prodigio de talento narrativo. Su director, el inglés de padres irlandeses John Michael McDonagh, consigue un golpe de efecto demoledor, sin prolegómenos ni rodeos, va al grano y tienes la sensación de que lo que sigue a continuación va a merecer la pena.

En el papel principal, Brendan Gleeson, ese extraordinaro actor de exuberante anatomía, de personalidad apabullante, llena la pantalla, brilla y desparrama talento con tal generosidad que cabe sospechar si deja algún resquicio por donde su equipo de secundarios pueda asomar la nariz a pesar de que todos ellos hacen un soberbio trabajo.

A lo largo del metraje, en algún lugar perdido del norte de la costa este de Irlanda, desfilan ante nuestros ojos una singular panoplia de atormentados personajes. Aquí no se juzga a nadie, sólo se muestra en toda su descarnada crudeza la cara torva de la miseria humana. Sentimos sus miedos y traumas, su retorcida y compleja naturaleza de la que ni siquiera el bueno y voluntarioso Padre James, camino de su inevitable expiación, logra liberarse. Cada uno de ellos sobrelleva como puede la pesada cruz de su particular calvario: soberbia, odio, celos, envidia, venganza, lujuria. Las más oscuras y siniestras zonas de la condición humana aparecen aquí como retratos de una exposición tenebrosa.
Los diálogos, agudos, inteligentes y sarcásticos se ajustan perfectamente como piezas de un puzzle pacientemente elaborado.

La escena final es de una brutalidad aterradora. La potencia de sus imágenes tienen la fuerza de un misil e impactan en el alma del espectador con una violencia despiadada.

Y cuando al terminar aparezcan los créditos en la pantalla, frenen, por favor, su natural impulso de levantarse. Esperen, no tengan prisa, disfruten de los sobrecogedores paisajes de la fría e inóspita Irlanda mientras suenan envolventes las notas de “Subo”, una cálida, honda y hermosa pieza musical de inconfundible aire y sabor andino que interpreta con exquisito gusto el grupo sudamericano “Los Chiriguanos”.

Salgo de la sala exultante, no de la fe que descabalgó a Pablo y de la que jamás tuve noticia sino de satisfaccion. De esa misma e intensa satisfacción que me asalta cada vez que veo una película que cumple sobradamente las expectativas de mi incontenible pasión por el cine.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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