Line of Duty

Me resulta complicado verbalizar hasta qué punto esta serie británica me ha tenido absorto y absolutamente hechizado de principio a fin. Las seis temporadas (28 episodios en total) de “Line of Duty” comenzaron a emitirse en 2012 por el canal BBC de la televisión inglesa. De inmediato contó con la aprobación del gran público, batió todos los récords de audiencia y obtuvo multitud de premios. Posteriormente, fue adquirida por la plataforma Netflix en donde este cronista ha tenido la oportunidad de verla.
Sorprende la sofisticación y el alto nivel de rigurosidad con los que sus guionistas han resuelto esta vibrante, emotiva y diabólicamente enrevesada realización. Y más asombroso aún es observar con qué habilidad han logrado sintonizar ficción y realidad para conseguir un extraordinario grado de veracidad. Tan es así, que el equipo de producción introdujo durante el rodaje a un grupo de asesores profesionales de inteligencia con el fin de garantizar que los casos y procesos policiales que figuran en el argumento reflejaran una total fidelidad.
Un originalísimo guion nos introduce en las mismísimas tripas de la AC-12, el Departamento de Policía Británico que investiga los casos delictivos y de corrupción que se producen en su propia organización ¿Apasionante, no? Y no recuerdo, siempre que la memoria no me traicione, haber visto nunca un guion dotado de tantísima complejidad y cimentado sobre esta peculiar y apetitosa cuestión. Porque en la policía, como en cualquier otra corporación, existen transgresores de la ley y se hace necesaria una eficiente y estrecha vigilancia. Y sino, fíjense en los desmanes de la clase política, de Nuestra Santa Madre Iglesia, de las grandes corporaciones o allí donde el individuo dispone de total impunidad.
Una magnífica ambientación reproduce con precisión los distintos departamentos que componen una comisaría, su funcionamiento, los protocolos de actuación, jerarquías, procedimientos y coordinación entre mandos operativos, lo cual, además -al menos para mí-, resulta sumamente didáctico.
Los diálogos son jugosos, elocuentes y se suceden a un ritmo trepidante; la fuerza y tensión de los interrogatorios elevan las pulsaciones del espectador más imperturbable; inesperados giros argumentales dinamitan cualquier conjetura razonable porque nada es lo que parece y el factor sorpresa nos espera a la vuelta de cada secuencia.
Así pues, mis improbables lectores, anímense a verla. Disfrutarán, sufrirán, se asombrarán y emocionarán con las arriesgadas pesquisas que realizan el comisario Ted Hastings y los detectives Kate Fleming y Steve Arnott. Probablemente me lo agradecerán.

Emilio Castelló Barreneche