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España España · Barcelona
Voto de Rómulo:
7
Drama Biografía sobre el pintor británico, J.M.W Turner (1775-1851). Artista reconocido, ilustre miembro de la Royal Academy of Arts, vive con su padre y su fiel ama de llaves. Es amigo de aristócratas, visita burdeles y viaja frecuentemente en busca de inspiración. A pesar de su fama, también es víctima de las burlas del público y del sarcasmo de la sociedad. Profundamente afectado por la muerte de su padre, decide aislarse. Su vida cambia ... [+]
19 de octubre de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mr. Turner

Acabo de ver Mr. Turner con un placer infinito. Mr. Turner es una película hermosa, elegante y estéticamente perfecta. Nos cuenta (desde 1826 hasta su muerte en 1851) los últimos 25 años de ese maestro irrepetible de la pintura, genial visionario que anticipó las corrientes de esta maravillosa expresión artística que habrían de imponerse un siglo más tarde.

En el cine, los ingleses atesoran tradicionalmente un merecido prestigio cuando filman semblanzas biográficas de personajes que pueblan su inabarcable universo histórico y pocas veces defraudan las expectativas de un público medianamente exigente. Y ésta no es una excepción. Su director, Mike Leigh, ha rodado una película estupenda. A pesar de sus 149 minutos de metraje se ve, o al menos yo la vi, sin parpadear apenas. La fotografía es uno de los componentes que hacen de esta cinta una verdadera delicia. Leigh consigue que la luz que se filtra a através de su lente nos llegue envuelta en un halo de bruma que se cuela también con admirable destreza en las espléndidas escenas de interiores. Es esa luz neblinosa, tan característica de la campiña inglesa, que debió contemplar Turner en cientos de amaneceres cuando buscaba vehementemente capturarla. Son tan asombrosos sus resultados que en algunos encuadres confundes o dudas si lo que estás viendo es un paisaje natural o una pintura de Turner. La ambientación es otro de sus logros indiscutibles. La sensibilidad de Leigh logra un exquisito retrato de la época y en cada fotograma deja impresa la huella de su extraordinaria talento.
Y qué voy a decir de Timothy Spall en el papel del gran maestro. Su interpretación es secillamente magistral. Por aquellos años, concretamente en 1831, Victor Hugo había escrito Nuestra Señora de París. Turner tenía entonces 56 años y puede que la leyera. No sería nada improbable. De ser así, imagino -pues la imaginación vuela libre con alas muy ligeras-, que tal vez contemplara su propio aspecto reflejado en la figura abominable del jorobado. Turner aparece como un ser repulsivo, tosco, de una fealdad insultante, utiliza a su fiel sirvienta, afectada de una especie de lepra o sarna, sólo para satisfacer de forma salvaje sus instintos más primarios; se desentiende de su esposa e hijas a las que desprecia abandonándolas a su suerte; emite constantes gruñidos para expresar su desacuerdo o malestar y camina con el balanceo grotesco de un simio. Sin embargo cuando muestra su lado más humano uno se reconcilia con él. Profesa una gran devoción a su padre al que quiere con locura y sufre su muerte como un gran trauma que arrastrará hasta el final de sus días; esporádicamente se muestra caritativo con alguno de sus colegas con problemas económicos; convive afectuosamente con una viuda que le arropa en su vejez y dona toda su obra al pueblo inglés para que pueda contemplarla de manera gratuita a pesar de que un multimillonario burgués le ofrece a cambio una inmensa fortuna. Pero, ante todo, Turner es un animal intuitivo, lúcido, extremadamente astuto e inteligente, capaz de desarmar la fatua afectación verborreíca de su interlocutor con un corto, tajante y decisivo argumento. Vive para su obra, viaja de forma incansable, busca, toma apuntes en una desvencijada libreta y husmea como un viejo zorro los lugares que estimulan su creatividad. Lo vemos aporrear, escupir sobre la tela, usar los dedos como pinceles, utilizar las mangas de su camisa o cualquier trapo sucio para extender o empastar los colores.

Turner vivió en una época de cambios sorprendentes como nunca antes habían sucedido y que transformarán su mundo para siempre. La llegada de los barcos a vapor entierra definitivamente las orgullosas naves a vela de la Marina Real Británica y Turner inmortaliza su glorioso final en “La Batalla de Trafalgar” o en “El Temerario remolcado a dique seco”. El ferrocarril sustituye al transporte de mercancías por tierra de tracción animal hasta entonces lento y costoso y Turner lo plasma prodigiosamente en “Lluvia, vapor y velocidad. El gran ferrocarril del Oeste” donde los detalles dejan ya de tener importancia para destacar obsesivamente la atmósfera de polvo, humo y cenizas que la bestia de hierro deja a su paso. No es tampoco ajeno, como la mayoría de los artistas de la época, a la profunda preocupación que le produce la llegada de los primeros daguerrotipos y siente la amenaza que este diabólico invento pueda representar en un futuro para la pintura.

En su lecho de muerte antes de expirar, sus últimas palabras son una rotunda declaración testamentaria que resume el verdadero sentido de su vida: “El sol es Dios”. Sí, en efecto, para Turner el sol es Dios o, lo que es lo mismo, la luz es su única razón de ser. Mr. Turner es una película turbadora, fascinante. Dura, cruel y tierna a la vez, realizada con paciencia y buen gusto. Todas las piezas encajan a la perfección y como una pintura de Turner, también es una obra de arte.
A mí, improbables seguidores, me ha gustado mucho y la he disfrutado con el mismo desbordante entusiasmo con el que disfruto de las cosas bien hechas.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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