Poco dice en favor de cualquier película que lo que más profundidad tenga de ella es la elaboración de sus escenarios virtuales. Pues menos dice de Tron.

Empieza bien. La idea de olla presentada y construida a lo largo de más o menos el primer tercio de película resulta llamativa, y me parecería injusto obviar que tiene su cierta gracia. Pero la capacidad de sostener una idea decente, curiosa, original, no está al alcance de todos.

Mucho menos a la de un guión que pretende vivir de rentas de una premisa, dejando así caer en picado, minuto a minuto, el interés de un espectador que acaba un poco bizco. Porque una cosa es estar sometido a las limitaciones de la tecnología visual de la época, y otra, muy distinta, es estar sometido a un escaso sentido de lo que la pupila humana tolera y lo que no. Y tras el shock, la llamatividad inicial de ese mundo virtual feo como él sólo, ya empiezan a doler los ojos. A pesar de que no niegue, en ningún momento, el coraje de la propuesta visual.

Pero faltan ideas. Ideas para impedir que a partir de cierto punto perdido en una maraña de fondos negros, rostros grises y interpretaciones no malas, pero sí demasiado peliculeras (mal dirigidas, más o menos sobreactuadas), el interés se convierta en modorra por culpa de un pastiche de torpes escenas de acción mal encajadas.