Ordenando ideas para hacer esta crítica, advertí que dos elementos sobre los demás fueron los que hicieron que esta película no me convenciese.

El primero es la profusión de subtramas que acompañan a la historia principal y desvían la atención de ella, restándole garra. Son excesivas: la usurpación de personalidad, las traiciones y cambios de bando, el cumplimiento de la promesa hecha al caballero moribundo, la búsqueda de sentido al pasado de Longstride… Todas ellas añaden metraje innecesario y acaban por causar confusión en el espectador, incapaz de seguir una historia con claridad. La parte central del filme se hace en ocasiones realmente pesada.

El segundo es que la historia de amor entre Robin y Marian es excesivamente fría, casi no puede ser calificada como tal, sino más bien como un deseo latente por ambas partes al que nunca se da rienda suelta, nunca estalla. No consigue ganar nuestra adhesión emocional. Otras películas probablemente peor realizadas como “Robin Hood, príncipe de los ladrones” o “El primer caballero” acentúan la vertiente romántica de la historia sin descuidar la parte aventurera, de modo que resultan más cálidas y atrapan al espectador de principio a fin.

Por lo demás, añadir que el hecho de querer elaborar una suerte de “Robin Hood año cero” contando la historia desde una perspectiva diferente resulta loable, si bien la reformulación a mí por lo menos no acaba de convencerme. La falta de garra de la que adolece la peli me recordó a “El reino de los cielos”, otro Ridley Scott del que me esperaba mucho y me llevé poco. Añadir que la música de Marc Streitenfeld me pareció muy convencional, componiendo una partitura que suena a oída mil veces. También se podía haber sacado más jugo al retrato de personajes.

El epílogo final es lo que más me gustó, con un ritmo, claridad y sentido del humor que me gustaría haber visto impresos en toda la película.