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España España · Logroño | Madrid
Voto de Jorge Pardo:
9
Cine negro. Thriller. Intriga. Drama En un momento crucial de su vida financiera, Gondo (Toshirô Mifune), un directivo de una importante empresa de zapatos, recibe la noticia de que su hijo ha sido secuestrado. El rescate exigido es una gran cantidad de dinero, pero Gondo la necesita para cerrar una negociación que le dará el control de la empresa. (FILMAFFINITY)
27 de julio de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existen multitud de películas dentro de 'Tengoku to Jigoku' y, si por algo destaca esta por encima de otras con la firma Kurosawa, es por lo bien enlazadas que están todas, de diferentes géneros y planteamientos, ritmos y personajes; una obra coral donde todos los protagonistas están tan bien construidos y cuyas obras resultan tan perfectamente justificadas que incluso aquellos que persiguen fines más oscuros despiertan tanto rechazo como compasión.

El cineasta japonés retoma el noir –tras varias incursiones con 'Yoidore tenshi' (1948), 'Nora inu' (1949) y 'Warui yatsu hodo yoku nemuru' (1960)– en su cinta más completa, donde los tiempos y la planificación de cada escena están medidos al milímetro. Y eso que el filme, de 143 minutos, se desarrolla en apenas tres o cuatro ambientes: una casa –en la que el espectador permanece casi una hora, con escenas de corte más teatral, pero superlativas–, un tren –en el que hasta el propio Hitchcock se hubiese emocionado con semejante ejercicio de suspense–, una comisaría –de la que se sale pegajoso debido al calor que parece emanar de la pantalla– y los bajos fondos de una ciudad cualquiera del país del sol naciente –que ya nos son más que familiares, pero que aquí se muestran, todavía, más sórdidos si cabe–.

El envoltorio, una vez más, es impecable y el propio Kurosawa, en algo más de dos horas, vuelve a reflejar de manera fidedigna, con un realismo apabullante, la historia de una nación entonces en efervescencia, con una crisis importante de valores –se enfrentan (o aprenden a convivir) el viejo pensamiento, más tradicional, con el de la etapa postbélica, aperturista e individualista, y con los dilemas morales de toda la vida, la honestidad y la bondad, pero también la envidia o la eterna lucha de clases– y en la que, como en casi todas, florece un sentimiento de esperanza empañado en ocasiones, eso sí, por una podredumbre siempre latente.
Jorge Pardo
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