Hay que reconocer que la película tiene una fotografía cuidada, con una música aún si cabe mucho mejor que es la que ayuda a ese ritmo tan pausado y melancólico que se destila casi todo su visionado, igual que el protagonista. El drama se va destilando en cada una de sus escenas, a cada cual más penosa y siempre con la ayuda de la voz en off de uno de los protagonistas, ayuda a incidir de forma más dramática en el yugo familiar diario que debe soportar un viudo, un samurai de bajo rango, y sus dos hijas.

Aunque hay momentos donde la película cambia de la melancolía a la sonrisa, son momentos tan escasos, que lo único que consiguen es que esos pocos momentos sean más incisivos, volviendo más angustiosos si caben los dramáticos.

Samurai siempre va pegado con la palabra honor y aquí tampoco lo es menos, el protagonista intenta mantenerlo, pero llega un momento que su honor no es más que una palabra en busca del bienestar de su familia, y aunque hay momentos que parece haberlo olvidado, le es recordado y por su obligación se ve actuar en contra de sus deseos.

En fin, buena película, que hay qué verla como es, como un drama con ritmo propio y dejarla fluir, sin presionarla es la mejor forma de apreciarla y saborearla.