Ante pantalla encontramos a un joven de esos que la aventura es su vida, su pasión, de aquellos que no les importa correr riesgos que pueden hacer peligrar su existencia, por llegar a esos lugares mágicos que la naturaleza esconde. Cuando se llega allí todo compensa. La fusión entre humano y naturaleza. Misión cumplida.

Curioso que en ese juego hay una variable que es determinante. La suerte. A veces lo más estúpido es definitivo. Puedes haber pasado un barranco, y de repente que una simple piedra aparentemente sólida cambie el destino hacía rincones dramáticos.

La película muestra en inicio a ese joven atrevido y valiente y un tanto loco pero consciente de los riesgos. Una vez que el hecho de quedarse atrapado sucede, el espectador quedara colgado con él, y buscará todas las alternativas posibles para poder salir de la misma. La confianza y las alternativas se van acabando a cada minuto y durante una hora y media sufriremos lo indecible empujando y siguiendo a una montaña rusa de sentimientos desde la desesperanza a la esperanza, del dolor a la calma y vuelta a empezar. El guión es destacable por la dificultad de mantener en vilo al espectador con tan solo un hombre colgado de una roca, utilizando también como herramientas los flashbacks y el detenerse en cada acción y elementos que le acompañan, como es el agua, las alucinaciones o la propia cámara que se convertirá en su mejor amiga.

Tensa, insoportable a veces. Muy bien interpretada por James franco, y con una fotografía simplemente maravillosa, hará las delicias de aventureros y espectadores a los que su sensibilidad este a prueba de bombas.

Danny Boyle, excéntrico director, logra llevar al espectador a un lugar recóndito fuera de todo y y del trasiego del mundo impersonal e individualista para detenernos en una gran aventura de superación humana y de amor a la vida.