Han pasado siete años desde la última vez que vimos al inspector Callahan en pantalla y lo cierto es que no han cambiado mucho las cosas.

Ha perdido algo de pelo y se le notan las arrugas en la cara. Pero sigue manteniendo esa mala leche como carácter singular de su personalidad y sobretodo esa alergia a llevarse bien con todo aquel que ostenta un cargo superior al suyo y le impide llevar a cabo su trabajo.

Por supuesto que continúa siendo un imán para los sitios donde siempre hay jaleo y donde está Callahan hay un muerto seguro. ¿Qué tenemos entonces como novedad en esta cuarta entrega?

Pues lo cierto es que lo primero que hay que resaltar, es que es Clint Eastwood quien ejerce de director de su personaje. Y que tira de cosas nuevas para no perder el interés en dicho personaje. Seguimos viendo que no está hecho para tener un compañero a su lado. Y que conociendo cada rincón de la ciudad de San Francisco, cambian la localización y así por lo menos disfrutamos de otra ciudad, otras posibilidades y otra clase de malhechores a los que estábamos acostumbrados. Y se le suma la intriga de una serie de asesinatos, que son cometidos bajo el mismo patrón. Me hubiese gustado más que el responsable de dichos asesinatos hubiese mantenido su anonimato durante más tiempo, pero entonces habría hecho falta cambiar el guión y quizás no sería igual de interesante.

Me ha llenado bastante el trabajo de Sondra Locke, compañera artística y sentimental durante años del director. Siempre he sido de esos que piensan que si el antagonista tiene calidad, la película es mucho más interesante. Y nada mejor que contar para ello con Paul Drake, quien jamás ganará un concurso de belleza, pero para hacer de loco psicópata, no tiene rival.

Algo que me ha sorprendido mucho es que Callahan siempre usa métodos muy rudos y al borde entre el bien y el mal, sin embargo en esta ocasión actúa muy diferente con la resolución de este caso. Véanlo ustedes mismos.