Corría el año 1987 y un futuro estudiante de medicina corría con ilusión a un cine de Barrio donde en un programa doble exhibían esta película. Aquel entusiasta muchacho buscaba lo que más adelante podía ofrecerla la Facultad de Medicina, y aquel ilusionado joven, acostumbrado al buen cine, encontró una basura mayúscula. Explicaré muy brevemente por qué aquel adolescente lleno de ganas de aprender, rebosante de amor por la ciencia quedó aterido y abandonado en aquel cine de barrio en aquel programa doble al presenciar este espantajo de película. Aquel muchacho buscaba explicaciones al sentido de la vida, buscaba unas explicaciones científicas para una reanimación y para una resucitación, algo que tuviera un mínimo de lógica, algo que se anclara en algún principio científico mínimamente lógico y concordante con el espíritu de la Biología. Y sin embargo se encontró una descabellada película repugnante, sin guión, absurda y altamente ofensiva para cualquier espíritu crítico. Se encontró un pasacalle de sangre y vísceras sin ningún sentido, sin coherencia y sin un fin último que apuntara a un mínimo apunte biológico.
Vista a día de hoy, en 2023, aquel muchacho ya hombre, y con un alto poso científico, tal vez pensando en que la visión de la juventud queda distorsionada, ha experimentado la misma náusea al revisar este pedazo de estiércol cinematográfico.
Aquel muchacho leía a Edgar Allan Poe, a Gustavo Adolfo Becquer, a Stepahn Zweig, y gozaba con la filosofía. Aquel muchacho había visto en reposiciones cinematográficas El Exorcista, La Profecia o Rosemaryś Baby. Aquel muchacho poseía sensibilidad por el arte y la cultura, y aquel muchacho sintió una nausea profunda al ver esto. La misma que ha sentido treinta y seis años después de verla por primera vez.