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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
8
Ciencia ficción. Fantástico Scott Carey (Grant Williams) navega con su mujer en una lancha motora y, mientras ella va a buscar una cerveza, se ve envuelto en una extraña nube. Unos meses después, empieza a notar extraños cambios en su cuerpo: poco a poco va perdiendo peso y altura hasta hacerse casi invisible. A partir de entonces, su vida será una pesadilla, una lucha constante por la supervivencia, en la que lo cotidiano (un gato, una araña) representa para él ... [+]
1 de septiembre de 2009
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué entrañable película. Recuerdo como si hubiera sido ayer la impresión que me produjo la primera vez que la vi, en “Mis terrores favoritos”, aquella estupenda selección de clásicos del cine fantástico, el terror y la ciencia ficción que presentaban Chicho Ibáñez Serrador y Luisa Armenteros allá por los primeros 80, y aunque no estoy muy seguro, creo que hasta hace unos días no había vuelto a verla. No me ha defraudado. En el interior del bonito estuche metálico con libreto incluido con que la han reeditado, se oculta una película que apenas necesita de sus simpáticos efectos especiales o de giros argumentales sorpresivos para trasladar al espectador a un territorio de horror primigenio, al tuétano mismo de uno de los miedos primordiales del ser humano: su completa desaparición física (vivida aquí, en una cruel vuelta de tuerca, a cámara lenta) y su disolución final en el universo.
La excusa argumental, como en tantas otras películas de género de la época, es lo de menos y se despacha en unos pocos fotogramas: la exposición de protagonista, durante unos breves segundos, a una extraña nube tóxica, que aparece súbitamente enmedio del mar y con cuyo origen apenas se especula, es la culpable de que el pobre Scott Carey vaya encogiendo hasta quedar reducido al tamaño de un diminuto insecto. Lo que me ha parecido más interesante de la película, sin embargo, no ha sido tanto, vista ahora, la parte fantástica del brillante guión de Richard Matheson, que no deja de ser una mera convención del género al cual pertenece, sino el alto grado de amargo realismo de sus consecuencias, el drama doméstico que desencadena la enfermedad de Carey, los cambios de humor y la irascibilidad del protagonista, su inmensa soledad, solo aplacada por el breve oasis que supone su amistad con una enana de circo, las trifulcas conyugales con una esposa tan estoica y sacrificada que el espectador siente que la supuesta muerte de su marido es para ella más una liberación que una tragedia. Este realismo adquiere, además, tintes de cruda sátira social si pensamos en el perfil del personaje principal, el típico americano nacido y educado para triunfar en la vida, un exitoso y acomodado publicista, con una hermosa esposa, una bonita casa con jardín y un adorable gato, muy en la línea de los protagonistas de las novelas de Richard Yates o los cuentos de John Cheever y semejante a personajes como el de Dennis Quaid en “Lejos del cielo”, que ve cómo su vida pasa de ser un plácido crucero en yate a un espantoso e interminable naufragio en el sótano de su casa, donde se ve obligado a despertar su ingenio, adormecido por la clase de vida que la sociedad le había impuesto hasta entonces, para no correr el riesgo de ser aniquilado y reducido a la nada por un universo hostil que conspira constantemente contra su existencia.
Tres hurras, pues, por esta película, y un minuto de silencio por el alma del pobre Scott Carey, esté donde esté y sea cual sea su tamaño.
Normelvis Bates
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