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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
9
Aventuras. Comedia Obsesionado con la idea de rodar una película sobre la miseria y el sufrimiento, el director de cine John L. Sullivan convence a los ejecutivos del estudio para que le permitan recorrer el país disfrazado de vagabundo antes de empezar a rodar. Después de trabajar como peón para una viuda que espera de él algo más que cortar leña, huye de su casa, pero el camión que lo recoge lo lleva de vuelta a Hollywood. Sintiéndose completamente ... [+]
28 de diciembre de 2009
17 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mientras Preston Sturges rodaba esta peli, Europa se estaba desangrando en una de las guerras más atroces que se recuerdan. Justo en el mes en que se estrenó (diciembre de 1941), los japoneses atacaron Pearl Harbour y empujaron a los americanos, convalecientes todavía de la Gran Depresión, a un conflicto armado que dejó 50 millones de víctimas, la inmensa mayoría de ellas civiles. Eran tiempos oscuros y difíciles, la civilización occidental se hallaba en la peor encrucijada de su historia y no se sabía, ni mucho menos, si sería posible salir de ella.

Al mismo tiempo, en su lujosa mansión con piscina y mayordomo, el afamado director de comedietas John L. Sullivan tiene una brillante idea: para dirigir su primer drama, una película con mensaje, de contenido social, que servirá para mostrar al mundo las duras condiciones de vida de los indigentes que pululan a miles por carreteras, trenes de mercancías y comedores sociales de la nación, vivirá durante unos días como un vagabundo.

Pero Sullivan es un hombre engreído y banal, impermeable, en el fondo, al drama de la pobreza, y que contempla la desgracia y la miseria humanas como simples abstracciones para apuntalar su próximo artificio cinematográfico, de modo que sus excursiones al arroyo acaban siempre hastiándole y llenándole, pese a lo supuestamente elevado de sus intenciones, de aprensiva repugnancia. Repartamos unos dólares entre los pobres, subámonos al Rolls y vayámonos a casa, se dice: ya tengo lo que buscaba. Sólo cuando la tragedia entra de lleno en su vida y es arrojado, indefenso, muy lejos del confortable mundo de Hollywood, es capaz de empatizar con aquellos a quienes la vida ha maltratado y comprender que la risa es el mejor bálsamo para la desgracia, una afirmación del deseo de vivir frente al dolor y el sufrimiento.

Como el mundo está lleno de bobos, no es extraño oír voces que tachan a Sturges de cínico o de frívolo; también lo hacen con Lubitsch, repetidamente citado aquí, por su “Ser o no ser”. Es a él, de hecho, a quien va dedicada la película. Y a Capra. Y a Disney. Y a los héroes del cine mudo (véase la enloquecida persecución campo a través tras el coche del monstruoso niño paramilitar). Y al Chaplin de “El chico”. A todos aquellos, en definitiva, que hicieron lo posible por mitigar infelicidades mediante la risa. “Los viajes de Sullivan” es una cura de humildad que se mofa de la solemnidad y la prepotencia de quienes, desde las alturas, asumen el papel de diosecillos que pretenden vanamente socavar el orden social con unos simples rollos de celuloide. No se trata tan sólo de una de las más acabadas muestras de la comedia clásica norteamericana, ácida, trepidante y mordaz, sino que ofrece, junto a sus evidentes valores fílmicos, una declaración de principios acerca del poder catárquico de la risa, el arte poética de uno de sus más consumados ejecutantes: el mundo puede derrumbarse a nuestro alrededor, pero mientras nos queden fuerzas para reírnos, habrá esperanza.
Normelvis Bates
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