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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
5
Drama Nina (Natalie Portman), una brillante bailarina que forma parte de una compañía de ballet de Nueva York, vive completamente absorbida por la danza. La presión de su controladora madre (Barbara Hershey), la rivalidad con su compañera Lily (Mila Kunis) y las exigencias del severo director (Vincent Cassel) se irán incrementando a medida que se acerca el día del estreno. Esta tensión provoca en Nina un agotamiento nervioso y una confusión ... [+]
4 de marzo de 2011
42 de 67 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una mañana, al despertarse, lo primero que hizo Darren Aronofsky fue, como siempre, mirarse al espejo. “Espejito, espejito, ¿de quién es el ombliguito más bonito?”. “Tuyo, por supuesto”, dijo Darren impostando la voz. “¿Qué clase de broma es ésta? ¿De quién coño iba a ser, si no?”. Una sonrisa aviesa iluminó su rostro: una mañana más, había triunfado. Pensó en el cuchillo del cazador, en un tajo abierto en el pecho y en el corazón chorreante de sangre de Blancanieves y se sintió aliviado, aunque sus hombros se combaron bajo el terrible peso de la perfección: qué vida más dura y sacrificada la de los genios, dios mío. Darren volvió a mirarse en el espejo. Qué hermoso espectáculo. Se puso de perfil y se palpó el abdomen. Era tan terso y duro, qué poderosos se intuían los músculos bajo la piel, qué suave e incitante era el vello que coronaba aquel pequeño orificio, cuya voz le convocaba, como cada mañana, a una cita secreta consigo mismo: déjate llevar, Darren, déjate llevar. Hazme tuyo una vez más. Darren cerró los ojos y, muy lentamente, paseó sus manos por su cuerpo, disfrutando del tacto incomparable de su piel perlada de sudor nocturno, de aquellos delicados pelillos erizados de placer. Cuando las yemas de sus dedos acariciaron los bordes de aquel oscuro y cautivador abismo, Darren sintió una sacudida eléctrica que a punto estuvo de hacerle perder el sentido. Qué maldición la mía, pensó. Ser un elegido entre la multitud, un bello e incomprendido cisne entre miles de patitos feos. Súbitamente, Darren abríó los ojos y los dirigió de nuevo hacia el espejo. Un cisne, un cisne, un cisne. Corrió hacia el escritorio, buscó febrilmente un papel y un bolígrafo y tomó nota a toda prisa: cisne, espejo, cuchillo, tajo, sangre, Blancanieves, madre, vida dura y sacrificada, perfección, caída, abismo, dejarse llevar. Exhausto tras tan supremo acto de creación, se dejó caer pesadamente sobre la cama. Su mano se deslizó de nuevo hacia su abdomen, dejó atrás su ombligo y se introdujo blandamente bajo los pantalones del pijama. Con la mano que le quedaba libre, Darren apuntó una última palabra en el papel. Ahora lo tenía todo. Sonrió y cerró los ojos. Era feliz.

Como toda historia apócrifa, esta narración no pretende ser verídica ni está sujeta, por tanto, a la comprobación. Es una simple conjetura, una hipótesis acerca de por qué alguien con indudable talento para la dirección, la imaginería visual y la escenografía acaba siempre en manos del narcisismo y la gratuidad, de las analogías burdas, de los cargantes subrayados musicales, de los golpes de efecto de tres al cuarto, del sensacionalismo sanguinolento y sexual, de los tramos finales desaforados, ridículos, cursis y grandilocuentes, de las aspiraciones operísticas ahogadas en el caldo de pollo en mal estado que debió de tragarse la pobre Natalie Portman para acabar como una chota, criando plumas y, como diría Cruyff, con la gallina de piel. A no ser que vosotros tengáis una explicación mejor.
Normelvis Bates
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