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Voto de Reaccionario:
5
Drama En 1961, Stanley Milgram llevó a cabo una serie de experimentos sobre la obediencia en la Universidad de Yale. La investigación, planteada a raíz del juicio a Adolf Eichmann (el criminal de guerra nazi que alegó obediencia debida en su defensa durante su juicio en Israel), pretendía dilucidar la relación de las personas con la autoridad. La violencia del experimento hizo que Milgram fuera tildado de sádico y de monstruo. (FILMAFFINITY)
16 de mayo de 2018
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Medio biopic-documental de Stanley Milgram (Peter Sarsgaard), es decir, el psicológico social norteamericano que realizó posiblemente el experimento más famoso del mundo, a principio de los años sesenta, en la universidad de Yale. Por si a alguno no le suena, se trataba de inducir a un individuo a aplicar descargas eléctricas (falsas) a un sujeto (un actor cómplice) en el marco de un experimento para calibrar la memoria. La clave es que a pesar de las muestras de dolor, fingidas, de la víctima, y pese a las protestas del responsable, la gran mayoría, casi dos tercios de los investigados, acabaron aplicando la máxima descarga eléctrica. La película recrea esta investigación pero durante un buen trozo se enreda en otras cuestiones, sin desarrollar plenamente el mencionado experimento. En definitiva, es un película sobre un tema muy interesante pero no una buena película. Su aire de cine independiente con discursos ante la cámara o escenarios de papel no es que sirvan mucho aunque la presencia del mencionado Sarsgaard y Winona Ryder le da un punto de interés más.

Pero vayamos al meollo. ¿Qué demostró Milgram en su experimento? Pues que las personas pueden pensar de una forma muy diferente pero que sometidas a algún tipo de presión acaban actuando de una forma brutal, distinta a la que hubieran hecho solos. El propio Milgram aventuró dos hipótesis para explicar la tendencia humana a la obediencia: la teoría de la conformidad, nos adherimos a lo que el grupo o una élite considera adecuado, y la teoría de la cosificación, según la cual el individuo no se considera responsable sino sólo un instrumento. Yo aventuraría otra, la teoría de la decisión razonable, según la cual hay "razones" que nos convencen para que actuar de una forma mala sea justificable. Michael Mann, en su "El lado oscuro de la democracia" da hasta nueve motivos por los que una persona normal puede volverse un genocida: ideología, intolerancia, violencia en sí, miedo, arribismo, interés material, disciplina, camaradería y burocracia. Y ante todas estas causas, me temo que el ser demócrata y gran defensor de los derechos humanos no ayuda nada.
Reaccionario
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