Una nueva adaptación del inmortal personaje de Arthur Conan Doyle, en este caso por parte de la BBC, siempre es bienvenida aunque de entrada la veas con cierto recelo por el cambio de época. Resulta que a Sherlock Holmes (Benedict Cumberbatch) y a John Watson (Martin Freeman) los han llevado al Londres del 2010. Que conste que se puede hacer pero hubiera preferido que los dejaran en la Inglaterra de finales del siglo XIX y principios del XX, es decir, en su tiempo. Aunque ya que estamos, si había que cambiar de época, yo los hubiera ubicado en el Reino Unido de la década de 1970, básicamente porque los setenta molan y en Inglaterra más aún. ¿No quieren innovar? Pues toma innovación que no se ha hecho nunca. En cualquier caso, la serie es así, un total de 12 episodios en cuatro temporadas más un especial navideño, es decir 13, y hay que aceptarla tal cual. Pues muy bien.

Dicho esto, lo peor de la ficción no es ni mucho el cambio de época, ni siquiera que en el viaje Sherlock, todo un caballero británico, se haya convertido en un impertinente, chulo e insensible outsitder, si me apuran, un impostor que en realidad se llama Cherloc, que no es el verdadero. Eso aunque grave se puede asumir. Es otro y punto. No, lo peor es que los creadores de la serie, y hay una pila, hasta nueve directores, se han pasado cuatro o cinco pueblos. Yo tenía apuntadas todas las pifias, exageraciones, disparates, errores y deducciones imposibles en los diversos casos pero eran tal cantidad que me sobrepasaron. Sin embargo, la cosa enloquece más aún, hasta la risa, cuando aparece Moriarty y el feminismo bobalicón-alucinado secuestra la serie, por ejemplo, como pasa en el capítulo especial, hasta llegar a un delirio totalmente rebuscado, ridículo y carente de cualquier lógica.