No recordaba que "Philadelhia" fuera una película especialmente buena cuando la vi hace casi 20 años. Una de juicios, de esas que gustan, pero poco más. Y efectivamente, así es. Bueno, también las actuaciones de Tom Hanks y Denzel Washington y la banda sonora con la canción de Bruce Springsteen, la ópera de Maria Callas y sobre todo, la bellísima de Neil Young, "Philadelphia" del final. Bien intencionada, moderadamente progresista, la película se acerca a una mera excusa para reflejar una doble realidad: la enfermedad del SIDA y la homosexualidad. Lo malo es que tal y como está concebida, casa muy mal con el juicio, que se desarrolla de manera muy pobre. Mientras que aquí se debería dilucidar la competencia o no del demandante como abogado, unos y otros se decidan a divagar sobre la condición sexual a diestro y siniestro, y a dar lecciones sobre el SIDA. Muy mal.

Al final "Philadelphia" pervive como película de tesis, a pasar de sus carencias, tópicos y maniqueísmos varios. En este sentido el retrato de los malos, los del buffet de la firma de abogados, es tan idealizado en sentido negativo como en el positivo todo el mundillo gay. Pero aún así, reconozcamos la valentía al denunciar temores, estereotipos y prejuicios que a día de hoy perviven en nuestra sociedad y hasta en nosotros mismos. Dicho lo cual, no quiere decir que un servidor comulgue con los dogmas del pensamiento rosa, ni mucho menos, ni con su pretendida normalidad o igualdad de derechos. Igualmente el concepto de "discriminación", que es el que sale en "Philadelphia" se me escapa por absurdo. Es decir, si por ejemplo, quiero contratar a un empleado, ¿no tendré que discriminar a todos los demás menos a uno? Si yo escojo, ¿tendré derecho a elegir al que me de la gana?