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3
Aventuras 1850. Jonathan Clark, el capitán de la goleta La peregrina de Salem, traslada desde Alaska a San Francisco un cargamento de valiosas pieles de foca. En el hotel en el que se aloja conoce y se enamora de la condesa rusa Marina Selanova, que trata de huir para evitar un matrimonio concertado por el zar con el pérfido príncipe Semyon. (FILMAFFINITY)
24 de abril de 2014
27 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
Yo es que cuando se ponen a calumniar especialmente a alguno de estos regímenes "reaccionarios malos" salgo de mis casillas. En esta ocasión es el turno del Imperio Ruso y el lugar escogido Alaska, colonia que le perteneció hasta 1867, año en el que en mala hora se la vendieron a los Estados Unidos. La película, basada en la novela de Rex Beach, sólo puntúa por la parte que le toca a Anthony Quinn, que está brillante, y a Ann Blyth, que es guapa. El resto, banal y maniqueo, desde el héroe, todo un fresco hasta la historia romántica, ella no tiene otra cosa que hacer que caer a los pies del primer norteamericano que le habla, pasando por la batalla final, que es de niños. Observad que aunque los malos llevan espadas y los otros unas cachiporras, no dejan ni siquiera heridos. Ahora bien, me interesa más resaltar las mentiras con las que "El mundo en sus manos" hace apología a los Estados Unidos, país que ofrece mucho pero que te roba el alma o en este caso, la identidad. Dice Jonathan Clark (Gregory Peck) "ya no son rusos sino norteamericanos".

Para empezar ni siquiera respetan que en 1850, la actual Sitka no era tal, sino Nueva Archangel. Luego, ¿qué es esto de poner al Zar persiguiendo a sus enemigos políticos o decapitando a los que caen en desgracia? Se pone el ejemplo de Barinov, lo cual es una falsedad absoluta, al nivel del inexistente sistema esclavista implantado por los zaristas en Alaska pero sí en los Estados Unidos. ¿De dónde han sacado la amputación de manos o la caza indiscriminada de focas? Todo propaganda vulgar. La realidad es que la colonización rusa fue de las más respetuosas con los indígenas, no como la de los estadounidenses, aceptando el mestizaje y respetando el estatus, la cultura, la lengua o las creencias nativas, todo en un clima de cooperación y tolerancia. Incluso se destacaron por la vacunación, la educación primaria o la conservación del medio ambiente, incluida las focas. El propio tratado ruso de venta de 1867 insertó cláusulas favorables a los aborígenes para que mantuvieran sus derechos de propiedad o la libertad para practicar su culto religioso.
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