Esta película de Ken Loach me gustó a medias: el tema daba bastante de sí y nos muestra con bastante rigor la sordidez del mundo de los trabajadores ilegales, pero por otra parte la sensación final es de "bueno, correcta pero sin más".

La película en sí es valiente, pues retrata una situación de actualidad de lo más flagrante y, además, por su decisión de ofrecerla desde la visión del explotador (ya dijo Ken Loach "Lo fácil hubiera sido hacer esta película desde la visión del explotado"). A pesar de eso, el resultado final no nos ofrece nada nuevo, pues el contrapunto que representan el padre y la amiga de Angie no se presenta de manera demasiado extensa ni, por tanto, nos ofrece demasiados puntos de vista más allá del "Ala, qué mala es".

Por tanto: un buen documento de la realidad del principio de siglo XXI que quedará como tal, sin trascender demasiado por su profundidad.