Esa es la palabra que me ha venido a la mente justo después de salir de la sala de cine.
Afortunado de poder encontrarme a estas alturas de la vida con una película que me sorprende y me emociona. Una de esas películas que no esperas para verlas, sino que parece que ellas llevaran mucho tiempo esperándote, esperando el momento justo para llegar hasta tu vida. Una de esas que como la propia vida, empieza sin que casi te des ni cuenta.
De poder ver en lo mas alto a un director como David Fincher y a un actor como Brad Pitt. Dos amigos que ya me dejaron anteriormente con la boca abierta con películas como Seven o El club de la lucha. Pero esta vez ha sido diferente, me han tocado fibras que desconocía, que creía olvidadas en el tiempo.
De poder vivir durante casi tres horas una vida entera. De desear volver a entrar a la sala y decirle al proyeccionista, pasala otra vez Sam. Hacia mucho tiempo que no me estremecía de esta forma con una película, que no me hacia vibrar, emocionarme, gozar, llegarme con semejante carga de profundidad.
En definitiva, de disfrutar como la primera vez que vi una película.
Porque hay veces en las ya puedes encabritarte, maldecir, decir palabrotas, da igual lo que hagas porque solo podrás hacer una cosa; resignarte y admitir que has visto una de las mejores, de esas que te han estado esperando toda la vida.
Ah, ¿les he contado como me cayó un rayo?. Ha sido dentro de la sala y me ha dado de lleno, llenándome de energia y vitalidad que creia perdida. Una experiencia inolvidable.