Es Nueva York, años de hambre y miseria, una familia con madre viuda y dos hijos, uno de 12 y otro de 7, Joey, auténtico protagonista de la entrega.

En el cumpleaños del mayor, que pensaba celebrar con sus amigos en Coney Island, tiene que ausentarse el fin de semana para cuidar de su madre enferma y le encarga al mayor el cuidado del pequeño. El mayor juega con sus amigos con una escopeta, el pequeño Joey se entromete, le dejan disparar y el mayor finge que le ha dado a él y se hace el muerto.¿Qué debe de hacer el pequeño Joey? Es un crío muy vivo, así que, ni corto ni perezoso, huye como si fuera un fugitivo. Tras un buen paseo, y con los 6 dólares que sumadre dejó al mayor para hacer la compra aterriza en Coney Island, el lugar de ocio de la clase media y baja en Broklin, con sus atracciones de feria y enorme playa. El chaval sufre poco por su hermano, empieza a meter la mano en el bolsillo y a gastar todo su dinero en diferentes atracciones, en lanzar pelotas y, sobre todo, en su mayor debilidad, los caballitos, tanto los de mentira como los de verdad, además le entra el hambre y empieza a comer y a beber con ganas pero claro, al final se queda sin dinero. Y aquí está el quid de la cuestión, el chaval se busca la vida de todas las maneras que observa para seguir disfrutando de la feria y de sus ponys. Al final localizan a su hermano que va a su encuentro aunque divide sus prioridades, encontrar a su hermano no es más que su disfrute. El final es feliz por 5 minutos, los que tarda la madre en llegar, poco más tarde que ellos, a su casa.