Se podría haber terminado el camino de Rocky Balboa con el final de la segunda entrega que culminaba el viaje del semental desde los suburbios de Philadelphia, pero era un caramelo demasiado goloso para no comerlo. Así que en 1982 el público tuvo 'Rocky III', más sangre.

Stallone pareció haber aprendido cosas de como manejó el cotarro John G. Avildsen y en 'Rocky II' salió una cinta no tan redonda como la oscarizada, aunque sí bastante más que digna asemejándose en muchos momentos al estilo de la de 1976 sin contar con el mismo director, lo cual le da más crédito al trabajo realizado por 'Sly'.

En esta tercera parada (que, como sabemos, no fue el fin de la trilogía) Rocky se tiene que enfrentar a un conocido actor de pelo mohicano que luego terminaría formando equipo con el Equipo A. El guion plantea a Clubber Lang como su adversario más difícil hasta el momento, aunque el mismo guion lo caricaturiza como un simple matón de barrio haciéndole perder mucho encanto. No es culpa del señor T, sino del mismo Stallone que vuelve a escrbir el libreto, un libreto que se nota funcionar, en parte, con el piloto automático.

Teóricamente la historia más llamativa tenía que haber sido el enfrentamiento entre Lang y Balboa; sin embargo es la trama relacionada con Mickey y la trama con Apollo Creed, más el cambio hacia arriba que muestra Adrian alejándola de su timidez en sus inicios, quienes son bastante más atractivos. De hecho, es aquí cuando Apollo muestra el por qué es uno de los personajes más queridos de la franquicia (tanto que se han rodado dos spin-off basadas en su hijo), dando buena parte del crédito a las sólidas interpretaciones que Carl Weathers aportó en cada entrega.

'Rocky III' se siente como haber descendido un escalón respecto al material previo. Un filme de trámite donde se vuelve a explorar la pérdida de motivación y el regreso del hambre llamado aquí 'ojo del tigre', sirviendo como excusa para ver al Balboa más atrevido sobre el cuadrilátero que, por desgracia, no contagia ese espíritu al resto de la cinta haciéndolo sentir una entrega de mero trámite. Correcta, pero sin mucho corazón.