Haz click aquí para copiar la URL
España España · Granada
Voto de Nadja:
6
Drama Leningrado, 1945. La Segunda Guerra Mundial ha devastado la ciudad y derruido sus edificios, dejando a sus ciudadanos en la miseria tanto a nivel físico como psíquico. El asedio, uno de los peores de la Historia, ha terminado, pero la vida y la muerte continúan combatiendo en el desastre que la guerra deja tras de sí. Dos mujeres jóvenes, Iya y Masha, tratan de encontrar un sentido a sus vidas para reunir fuerzas de cara a reconstruir la ciudad. (FILMAFFINITY) [+]
17 de enero de 2020
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para entender plenamente la historia que Kantemir Balagov nos narra en ‘’Una gran mujer’’ tenemos primero que tomar una lección de historia y situarnos en el contexto que se nos presenta. Somos testigos de la reconstrucción de un Leningrado que había quedado completamente devastado tras la Segunda Guerra Mundial y de cómo los supervivientes de esta ciudad deben hacer frente a sus heridas físicas y emocionales, cosa nada fácil en un entorno como el que se nos muestra. La historia de estos supervivientes no podría ser más devastadora. La ciudad estuvo cerrada durante dos años por los nazis y esta resolución les llevo a llegar a extremos insospechables. Los que no murieron de frio o de hambruna tuvieron que recurrir a medidas extremas para sobrevivir, tales como el canibalismo, el crimen o la prostitución.



Contando con estos antecedentes, la historia de los ‘’afortunados’’ supervivientes no podría ser más desoladora. La cinta se inicia presentándonos a Iya, una antigua combatiente que tuvo que dejar el ejército por su condición médica y que trabaja como enfermera en un asilo que acoge a antiguos soldados de la guerra. Iya padece una extraña enfermedad que hace que se quede paralizada sin previo aviso. Sus compañeros dicen que ‘’se queda congelada’’ y sin duda observar como sus miembros se encogen y su respiración se contrae resulta absolutamente aterrador. Más aun cuando su propia enfermedad la hace partícipe de un hecho terrible y cruel que la une sin remedio a otra superviviente, Masha, una antigua amiga que conoció en el ejército y que le dejo a cargo a su bebe para que lo cuidara mientras ella estaba en el frente.



Ya en los primeros minutos, nos damos cuenta de que estamos ante una cinta inmisericorde. En una escena brutal y desoladora pasamos de la emotividad a la dureza en un segundo. Pero en la historia que se nos narra no tienen cabida los tiempos para el duelo o la despedida. Masha volverá a visitar a Iya y el hijo perdido deberá ser sustituido pronto por un nuevo infante, sin importar el precio que se tenga que pagar para ello o los medios a los que se llegue para alcanzar dicho objetivo. La búsqueda de la maternidad perdida se convierte en una meta inalcanzable y egoísta que forma parte de un trauma irreparable. Pareciera que la bondad y la inocencia no están al alcance de las vidas de los personajes. Solo un nuevo ser, que tenga una mirada limpia en la que no se reflejen los horribles crímenes de la guerra, puede aportar algo de esperanza en un mundo en ruinas en el que la supervivencia es otro modo más de morir a largo plazo.



Porque quien sobrevive ha de pagar un precio que conlleva mutilar su cuerpo o su alma. Hasta los cuerpos sin fisuras aparentes, donde parece que todo está donde corresponde, tienen miles de roturas en el alma. El peculiar físico de los actores, que da la impresión de haber sido elegido buscando resaltar ciertas deformidades y anomalías, se asocia con la personalidad que va unida a ellos. Todos parecen espectros de movimientos difíciles y gestos ciertamente macabros que se contorsionan en una danza imposible y deambulan por la ciudad sumidos en la desesperanza. No nos equivoquemos. Iya no es la única congelada. Todos se han quedado atrapados en algún momento determinado del pasado, imposibles de asumir el futuro que se les presenta. Masha también padece su propio bloqueo permanente bajo una sonrisa perpetua e inalterable, el único recurso que la hizo sobrevivir en tiempos difíciles. Un medio repetitivo que utiliza por inercia y del que no puede escapar ni siquiera cuando narra los martirios a los que ha sido sometida.



A nivel estético resulta una película sublime. El uso de los colores tiene un gran simbolismo y un significado oculto que es fácil percibir. El rojo y el verde se combinan constantemente en una ciudad blanca y gris. Los cuerpos de los protagonistas sangran constantemente, en heridas que no acaban de cerrarse o suturar, manchando de rojo los pequeños destellos de esperanza que se les presentan en su camino. Esta esperanza esta sintetizada en un color verde y llamativo del que se visten para escapar de la ruindad física y moral, pero que acaba teñido y ensuciado sin remedio. Se nos dice así, que la guerra es algo que no tiene fin. Continua incluso cuando acaba. Para cada persona que la vivió sigue hasta el último de sus días. Es imposible escapar de ella. Los fantasmas del pasado te atormentan para siempre.



Aunque estamos ante una película de extremada dureza y difícil visionado, tengo que decir que me ha parecido una buena película. Sin embargo, ni siquiera sus últimos minutos finales consiguen agregar algo de esperanza ante tanta miseria y crueldad. También cabe destacar la curiosa mención a los diferentes tipos de clases sociales que se nos muestran. Quizá eso sea lo único que permanece inalterable a lo largo de los tiempos. La vida de los de clase alta y de los de clase baja. Algo que ni siquiera parece quedar igualado tras la guerra. Ya que los padecimientos y las privaciones no son las mismas.



Es increíble que un jovencísimo Kantemir Balagov haya sido capaz de concebir una cinta tan dura a su corta edad. Pero sin duda, la historia de Rusia emana dificultades y sufrimiento a lo largo de los tiempos y la historia de un pueblo se puede sintetizar en la visión de una persona.
Nadja
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow