Que una película de esta calidad haya ganado el oscar a la mejor del año supone uno de los mayores desbarres de la Academia en toda su historia.

En ocasiones el preciado galardón ha ido a parar a manos de películas olvidables que el paso del tiempo ha demostrado que no eran tan buenas como aquellas contra las que competían. De esta manera se han cometido varias injusticias pero en este caso otorgarle si quiera una nominación a este bodrio indigesto es una tomadura de pelo en toda regla. Me hace pensar hasta qué punto puede uno fiarse del criterio de los académicos a la hora de elegir la mejor película de cada año.

Todo a la vez en todas partes es una gilipollez sin sentido con sus interminables dos horas de duración, que habla sobre uno de los temas de moda en nuestro tiempo. El metaverso, una especie de realidad virtual paralela que de momento no ha cuajado en la sociedad actual pero que al parecer tiene embobada a gran parte de la juventud, lo cual dice muy poco en favor de ella.

Es como ver Matrix con un colocón de pegamento. Mala desde cualquier punto de vista, desde cualquier mundo del metaverso. Sólo mantuvo mi interés la primera media hora, a partir de ese momento empieza un monumental desvarío que provoca vergüenza ajena.