Me encantan las películas de Linklater ("Before sunrise", "Before sunset"), y eso fue lo que me llevó a ver esta película, y eso mismo es lo que me lleva a enfadarme con este intento de copia sin gracia (no sé si incluso "desgraciado"), y a amar más a Linklater, porque gracias a "Quiet city" uno entiende los riesgos que tomó el original al filmar escenas y conversaciones cotidianas y pretender que de lo banal surja la chispa y la empatía del espectador.

Ni que decir tiene que no surge nada de esto en la obra de Aaron Katz, sino más bien los bostezos (como diría Carlos Boyero), el sueño y una hoguera que preparas para ver si metido en ella el protagonista masculino muestra alguna emoción. Creo que tendré pesadillas con su permanente gesto de bobalicón sin afeitar. Aún así no tengo opción: después de esta película sólo puedo cerrar los ojos (y no aceptar invitaciones de extraños, por muy perdido que esté en una ciudad).