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Voto de Maija Meier:
10
7,3
4.092
Comedia
Elwood P. Dowd (James Stewart) es un hombre afable, cariñoso y siempre dispuesto a ayudar a los demás. Su único problema es que va a todas partes acompañado por un imaginario conejo gigante al que llama Harvey. La familia de Elwood no sabe qué hacer y opta por llevarlo a un psiquiátrico. (FILMAFFINITY)
6 de enero de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Harvey, simpático largometraje estadounidense del año 1950, dirigido por Henry Koster basado en la obra teatral del año 1944 de la dramaturga Mary Coyle Chase.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Llegué a él a través de su mención en Cosmic trigger I: The final secret of the Illuminati, de Robert Anton Wilson (R. A. W.), donde el autor menciona la curiosa escena del diccionario... Es destacable de la obra audiovisual (y de la obra original, supongo, pues todos deberíamos leerla) la extrema calidez de nuestro protagonista, que se infiere de esa línea en la cual expone el consejo familiar: en este mundo se sobrevive siendo listo, o agradable. Él fue listo por un tiempo, pero prefirió ser agradable. R. A. W. sugiere que el director, o el personaje mismo (y si vamos más allá, la propia dramaturga), podría ser un iniciado illuminati. Un iniciado, al menos, en ciertos misterios ocultos; puesto que no pasa desapercibido su carisma que atrae a las personas (aunque también las aleja por su visión: su compañía), del mismo modo que los antiguos místicos eran seguidos. Su amable forma de relacionarse con la gente no era sólo un formalismo, sino también, en cierta medida, una ayuda para ellos mismos. Esto se refleja principalmente en su oficio de celestino, aunque también en su buen trato con el taxista y con los viejos personajes solitarios de un bar, a los cuales les ofrece socialización invitándolos a su casa a cenar, como a todo el mundo invitaba, abriéndoles las puertas de su hogar a todos, sin perder un ápice de su pulcra calidez. Mientras que el conejo invisible sería su daemon, su genio o su extraterrestre, su ángel, o cualquier correspondencia con un pooka: una entidad mágica. Lo curioso del argumento reside en la posibilidad de transferir esta alucinación (la famosa locura contagiosa). El conejo podría metaforizar al conejo blanco de Alicia; y su invisibilidad, a la imaginación lunática. ¿Y si el director o la dramaturga sabían todo esto? Y aún sin saberlo, R. A. W. explica sugerentemente de dónde proviene la imaginación... También podríanos remitirnos a Jung. Sin ir más lejos, otro aspecto notable es la apología a la diversidad y su rabioso ataque a lo normalizante, representado por la labia del lúcido taxista. Mientras que la madre, símbolo del agente normalizador, deja en claro su inocencia propia de la individualidad alienante. Es una más, un engranaje del sistema y, por tanto, contiene sus vicios de época más característicos: por ejemplo sus asiduas reuniones con señoras para tomar el té, y a su vez que anhela la sociabilización, la rechaza cuando los invitados no son de clase alta, lo que deja expresado indirectamente cuando pretende desviar la invitación al taxista de parte de su hijo. Él, en cambio, no realizaba distinción de clase. Ni siquiera se molestaba cuando se suponía que debía hacerlo, lo cual lo deja en la posición propia de un santo. Uno de los que fue el psiquiatra de Timothy Leary en Nacaville, le dijo una vez a R. A. W. que los contactos con inteligencias superiores, si bien extraños, a menudo en la historia se dan cuando alguien alcanzó altos niveles de conciencia intelectual y moral, sugiriendo de este modo que dichas entidades pueden ser partes de nuestro cerebro que solemos no utilizar.