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Voto de Sergio Berbel:
10
Drama Situada en 1936, Don Gregorio enseñará a Moncho con dedicación y paciencia toda su sabiduría en cuanto a los conocimientos, la literatura, la naturaleza, y hasta las mujeres. Pero el trasfondo de la amenaza política subsistirá siempre, especialmente cuando Don Gregorio es atacado por ser considerado un enemigo del régimen fascista. Así se irá abriendo entre estos dos amigos una brecha, traída por la fuerza del contexto que los rodea. (FILMAFFINITY) [+]
15 de enero de 2021
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
A veces, no existe mejor forma de narrar los sucesos más terribles que a través de los ojos de un niño y colocando la perspectiva de una película y de la cámara que la cuenta a la altura de un menor de edad. Eso mismo hace el gran José Luis Cuerda en “La lengua de las mariposas” con Moncho para lograr con inmenso éxito la difícil misión de trasladar a imágenes cinematográficas los siempre difíciles textos del gallego Manuel Rivas.

Para ello, eso sí, cuenta con 4 cartas marcadas infalibles de éxito garantizado:
1.- El guión de un tal Rafael Azcona (ni más ni menos), esa segunda mitad de Berlanga que forjara nuestro cine como es.
2.- La interpretación etéreamente mágica de cierto dios insuperable que responde al nombre de Fernando Fernán Gómez (en, para mí, una de sus dos mejores interpretaciones, junto con el festival por derroche que regala en “En la ciudad sin límites” de Antonio Hernández, una de las cintas más significativas del cine de este país y la más infravalorada)
3.- La música creada por un jovencísimo Alejandro Amenábar, regalo impagable para su maestro y mentor Cuerda, que se adhiere al sentimiento del espectador de forma indeleble y eterna.
4.- Y el final de la película, esos últimos cinco minutos que, acunados por la inmortal música de Amenábar, supone uno de los finales paradójicamente más bellos pero más duros en la historia de nuestro cine.

A través de los inquietos ojos de un Manuel Lozano infante, Cuerda nos quiere y puede mostrar que este país pudo ser distinto, que hubo una oportunidad de oro tristemente descabalgada por la violencia fascista para haber creado ciudadanos cultos y libres, que la escuela pública, laica y republicana estuvo propugnando una sociedad moderna, igualitaria, solidaria y cargada de valores mientras que pudo y la dejaron, y lo hace ejemplificándolo en la figura de Don Gregorio, ese maestro republicano interpretado por Fernán Gómez que se marca en el alma de forma indeleble. Sus diálogos están cuajados de maravilloso simbolismo, especialmente el más recordado y celebrado, el discurso de agradecimiento cuando se jubila, que sostiene toda la carga reivindicativa y explicativa de la película de forma magistral y brillante. Por supuesto, ello no será posible, en este país nunca nada será posible del todo.

Pero aunque la película se recorre a través de la relación entre el alumno y el profesor, para mí, queda marcada en un desvío a mitad de camino (nadie dijo que adaptar una obra literaria de Rivas fuera fácil) con el personaje de la mujer china y su relación con el hermano del niño protagonista. En apenas cinco minutos que su personaje sale en cámara, es tan profundamente insoportable y triste, tan desgarradoramente insufrible la historia que subyace a ella y que el espectador tiene que lograr adivinar por sí mismo (gloriosa elipsis de Rafael Azcona que eleva la película a cotas inmortales) que es imposible no terminar de revisar la cinta sin llevarla prendida en el alma y convertirla en tu alma en una gran protagonista de una futura película cuando no es más que un personaje totalmente secundario.

Aunque la escena que la historia del cine recordará para siempre sea uno de los mejores y más terribles finales de nuestro cine, yo siempre guardaré en un recoveco de mi corazón esa interpretación con el saxofón del hermano del niño protagonista ante los ojos brillantes por las lágrimas de la misteriosa mujer china y su terrible pasado intuido por el espectador. Eso, señoras y señores, es cine y lo demás son tonterías.
Sergio Berbel
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