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Voto de Sergio Berbel:
10
Drama. Romance En 1885, Elisa y Marcela se conocen en la escuela donde trabajan. Lo que comienza como una gran amistad termina en una relación amorosa que tienen que vivir a escondidas. Los padres de Marcela sospechan de esta relación y la enviarán al extranjero unos años. A su vuelta, el reencuentro con Elisa es mágico y deciden tener una vida en común. Ante la presión social y las habladurías, ambas deciden trazar un plan: Elisa abandonará un tiempo ... [+]
14 de marzo de 2023
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Parece bastante obvio que el cine que refleja el amor entre dos mujeres está siendo artífice de muchas de las mejores películas de los últimos años. Prueba de ello son “La vida de Adèle” de Abdellatif Kechiche, “Carol” de Todd Haynes, “Carmen y Lola” de Arantxa Echevarría o, también de época como “Elisa y Marcela”, “Retrato de una mujer en llamas” de Céline Sciamma, todas ellas portentosas obras maestras.

Igualmente resulta obvio que, si existe en este país una cineasta con la sensibilidad formal y argumental exquisita para levantar tamaño templo cinéfilo en reivindicación del amor entre dos mujeres, ella tenía que ser Isabel Coixet, poderosa cineasta de los sentidos y la sensibilidad, autora de películas inmortales como “Mi vida sin mí”, “La vida secreta de las palabras!”, o “Elegy".

"Elisa y Marcela" es una de las mejores joyas de la cinematografía de la cineasta catalana. No es solo la exquisitez de la historia de amor que se cuenta, es el virtuosismo estético con el que se susurra al oído del anonadado espectador la misma.

Porque Isabel Coixet lo borda en “Elisa y Marcela” hasta la perfección exquisita, y ello por un catálogo de circunstancias que concurren para permitir que tengamos que postrarnos de rodillas ante un templo del cine moderno:

1.- Lo estético. Poseedora de un estilo visual exquisito y reconocible (como ocurre con Pedro Almodóvar o Julio Medem), lírico y cargado de poesía visual, “Elisa y Marcela” es puro caviar cinéfilo. Para empezar, desde su bellísima fotografía en blanco y negro de Jennifer Cox (también se ha exhibido una versión en color, que resulta igualmente insuperable en su belleza).

2.- El manejo del tempo narrativo por parte de Isabel Coixet, lento, cadencioso, romántico, para permitir al espectador paladear cada gesto, cada escena, cada sutil movimiento de cámara. Puro néctar para alimentar el alma del amante del mejor cine. Algunos (aunque breves) planos secuencia son absolutamente maravillosos y de una exquisitez propia del mejor Paul Thomas Anderson, dios del plano secuencia.

La escena de la playa es de lo mejor que han visto estos ojos defectuosos. La sublimación del cine como arte y como experiencia visual hipnótica. Belleza en grado sumo.

3.- Un guión cargado de lirismo poético y de rabia contenida. Si bien es cierto que la película va de más a menos y que la fascinación que te deja sin respiración en su primera hora de metraje no se sostiene al mismo nivel sublime en su segunda, también lo es que, cuando decide narrar sentimientos más que la historia en sí misma, se eleva por encima de todo.

4.- Natalia de Molina y Greta Fernández. Simple y llanamente perfectas. Para ponerles un monumento en la puerta de la Academia de Cine. Absolutamente impresionantes, te dejan sin respiración con cada gesto, con cada caricia, con cada mirada. Lo de Natalia de Molina ya lo tenía clarísimo, una andaluza universal con una capacidad soberbia para hacer cine (“Techo y comida” de Juan Miguel del Castillo). Lo de Greta Fernández (hija, ni más ni menos, de Eduard Fernández) también, porque ahí está “La hija de un ladrón” de Belén Funes para demostrarlo. Greta no es de este mundo. Su belleza y su mirada a cámara deja trastornado al más ecuánime espectador. Greta Fernández nos ofrece una lección magistral inigualable como Marcela, uno de esos personajes que, como la Lola de "Carmen y Llola", nos acompañarán ya para siempre.

5.- El inconmensurable halo poético de las escenas sexuales entre ambas protagonistas. Sin cargar las tintas en lo estrictamente sexual, Isabel Coixet, maestra en todo, sabe equilibrar la poesía con el sexo en su justa medida, brindando una filmación del sexo no conocida desde “Habitación en Roma” de Julio Medem, con una excelencia indiscutible.

Más allá de estos cinco argumentos, hay que destacar la bellísima partitura original de Sofía Oriana Infante, que acompasa y acuna con su dulzura todo el dolor al que se ven obligadas a enfrentarse sus dos eternas protagonistas. Sobre todo cuando uno cae en la cuenta de que se está narrando una historia real.
Sergio Berbel
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