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Voto de Sergio Berbel:
10
Drama Drama ambientado en la tumultuosa Irlanda del Norte de finales de los años 60. Sigue al pequeño Buddy mientras crece en un ambiente de lucha obrera, cambios culturales, odio interreligioso y violencia sectaria. Buddy sueña con un futuro que le aleje de los problemas, pero, mientras tanto, encuentra consuelo en su pasión por el cine, en la niña que le gusta de su clase, y en sus carismáticos padres y abuelos.
23 de febrero de 2022
3 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando los grandes cineastas llevan a cabo un ejercicio de introspección y deciden narrar su infancia, siempre dan a luz obras maestras. Y el cine de los últimos tiempos se está cargando de razones para sostener esta tesis: “Belfast” es a la filmografía de Kenneth Branagh lo que “Licorice Pizza” a mi director favorito Paul Thomas Anderson, “Fue la mano de Dios” a Paolo Sorrentino, “Érase una vez en Hollywood” a Quentin Tarantino o “Dolor y gloria” a Pedro Almodóvar. Quiero decir que con todo esto que “Belfast” es una absoluta e incontestable obra maestra de Kenneth Branagh.

Desde que tengo uso de razón, existen tres conflictos que me han apasionado y captado toda mi atención: el irlandés, el vasco y el palestino. El único reproche que puedo achacar a una joya del cine de la dimensión de “Belfast” es que no entra en profundidad en dicho conflicto irlandés, sino que tan sólo se queda en la superficie del mismo como mero telón de fondo, como decorado agridulce de la preciosa historia iniciática que nos cuenta.

Rodada en un portentoso blanco y negro por un virtuoso de la dirección de fotografía como Haris Zambarloukos, con los mejores encuadres que haya visto en los últimos años en pantalla grande, con unos planos jugando magistralmente con la profundidad de campo donde siempre puedes contemplar varias escenas diferentes superpuestas, con unos cuidados reflejos en cristales, con un deseo expreso y confeso de trascender creando belleza estética, la película autobiográfica de Kenneth Branagh es una obra de arte colosal, un templo de la más exquisita caligrafía visual, una lección magistral sobre dónde colocar la cámara y para qué.

Y todo ello al servicio de una preciosa historia de iniciación de un trasunto del propio cineasta a sus 8 años llamado Buddy, perteneciente a una familia protestante que convive en la misma calle con varios vecinos católicos y que tratan de no mezclarse en la violenta e irracional sinrazón unionista inglesa que trata de exterminar a la minoría católica por las malas. El padre de Buddy trabaja en Inglaterra y sólo vuelve a casa de vez en cuando; la madre tiene que hacer frente al cuidado de sus dos hijos y de todas las deudas que se van acumulando; los abuelos son dos seres luminosos y encantadores que dan el toque más especial y dulce (en el mejor sentido del término) a la cinta; y, a todo esto, el niño conoce la desorientación de un primer amor infantil respecto a una compañera de clase.

La película oscila entre la ternura y la crudeza de una situación social muy conflictiva, aunque al colocar la perspectiva de la cámara y de la historia en primerísimos planos del niño, tiene mucho más de lo primero que de lo segundo. Sostenida a pulmón por el joven actor Jude Hill, al que la cámara sigue insistentemente a través de continuos primerísimos planos que el menor sostiene de forma magistral, destacan igualmente las interpretaciones de los abuelos encarnados, ni más ni menos, que por Judi Dench y Ciarán Hinds, natural también de Belfast. Ahí es nada.
Sergio Berbel
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