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Voto de Sergio Berbel:
10
Drama. Ciencia ficción Justine (Kirsten Dunst) y su prometido Michael (Alexander Skarsgård) celebran su boda con una suntuosa fiesta en casa de su hermana (Charlotte Gainsbourg) y su cuñado (Kiefer Sutherland). Mientras tanto, el planeta Melancolía se dirige hacia la Tierra... (FILMAFFINITY)
1 de octubre de 2020
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si no existiera “Érase una vez en América” de Sergio Leone, sería mi película favorita de la historia del cine. Anoche volvió a ocurrir, retorné a la inquietud que produce el abismo de asomarse a la mente humana, y a la perturbación atrayente pero aterradora que me producen los fenómenos espaciales.

Es la película más perturbadora por hipnótica que haya visto nunca. Es visualmente la que más me ha impactado. Es una genialidad de una dimensión estratosférica ineludible que marcó y sigue marcando mi vida en cada visionado. Es un templo del cine de todos los tiempos. Es una religión de la que resulta imposible abstraerse. Es un contenedor de magia y mal rollo insoportables y simultáneos. Es todo lo que yo quiero que sea el cine. Es la película que yo querría dirigir algún día.

Hay que ser Lars Von Trier y sobrevolar el tiempo y el espacio del arte como él lo hace desde su genialidad provocadora para mezclar “Celebración” de Thomas Vinterberg y la palomita indigesta “Armaggedon” y que el resultado hipnotice a todo el que tiene la suerte de poder verla. “Melancolía” no es una película, es una experiencia vital dividida en un prólogo y dos partes que pueden resultar antagónicas entre sí, pero que acaban conjuntando de la forma más dramática posible. Y más desasosegante.

Ya desde el arranque, la película sabe que puede y quiere dejarte boquiabierto hasta límites insospechados. Sus primeros siete minutos son un prólogo de imágenes fascinantes por su belleza y su carga onírica donde Lars Von Trier, a los sones del “Tristán e Isolda” de Wagner resume todo lo que luego rematará la película. En esos siete minutos está el argumento completo en imágenes cifradas, demostrando el genio danés, uno de los directores más importantes de la historia del cine, que puede reventar la emoción del cine norteamericano adelantando el final en su preámbulo, que se lo puede permitir, que lo hace y que queda hecho regalándome de paso, para mí, la mejor escena de la historia del cine, porque ese prólogo me hipnotiza y me hipnotizará durante el resto de mi vida, porque nada podrá alcanzar semejante magnitud en mi mente por la belleza apabullante de sus imágenes.

Tras el mencionado prólogo onírico y derrochadoramente bello en lo estético hasta puntos inenarrables con simples palabras, Lars Von trier decide cambiar radicalmente de discurso y de forma estilística en su “Parte Uno: Justine” para hablarnos, con los códigos propios de su cine más reconocible (bruscos movimientos de cámara al hombro propios del más clásico Dogma), de la compleja boda de una chica desequilibrada mentalmente en una familia de perturbados con situaciones límite que lógicamente recuerdan en muchos momentos a la tensión irrespirable “Celebración” de su colega y genio correligionario Thomas Vinterberg. Un derroche de mala leche y belleza formal que no puede dejar a nadie indiferente.

Bruscamente, la “Parte Dos: Claire” gira temática y plásticamente para acercarnos al drama de la hermana, cuñado y sobrino de Justine que tienen que hacerse cargo de ella cuando su salud mental acaba por desatarse hasta la explosión final.

Pero aquí está ocurriendo algo que va mucho más allá de la tragedia familiar y que va a forzar el giro definitivo de la película: el planeta Melancolía se acerca a la Tierra y hay rumores de que podría chocar con ella. Y Lars Von Trier, para introducirnos en ese ambiente preapocalíptico es capaz de crear la atmósfera más malsana que jamás he contemplado antes en ninguna otra película en toda mi vida, una atmósfera irrespirable que acaba contagiando al espectador al mismo ritmo que a los personajes, un fascinante salto al abismo que culmina con una de las más bellas escenas finales que nunca haya dado el cine, donde demuestra que sólo las personas que han vivido de forma mentalmente inestable están preparadas para afrontar los avatares imponderables de la vida porque ya lo perdieron todo, un nihilismo antropológico como jamás se haya contado otro.
Sergio Berbel
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