No creo que a nadie se le escape que los Óscar son, siempre lo han sido, premios económico-industriales y no artísticos. Eso no quita que a veces auténticas grandes películas hayan podido cosechar una buena ristra de estatuillas. Por lo visto, ahora interesa un acercamiento a la mayor potencia cinematográfica del mundo junto con Estados Unidos, la India. Si es que desde “Hawai, Bombay”, ya no hay fronteras entre oriente y occidente. Pues resulta que, aprovechando que hay un concurso mundialmente famoso, y que el universal deseo de salir de la miseria mediante un golpe de suerte es un fin lógica y legítimamente perseguido por casi cualquier habitante del planeta, el amigo Boyle se ha montado una película la mar de chula, interpretada por actores no profesionales y con una historia bonita, bonita, aunque revestida de un tono realista y dramático, con niños enmierdados, literalmente, y eso que los cursis llaman “hábitats subintegrados”. Y una protagonista femenina de belleza deslumbrante, porque si la chica hubiese estado interpretada por Rossy de Palma, la cosa no hubiera funcionado tan guay.

La verdad es que la película se ve con agrado, pero se olvida con la misma facilidad; y por momentos se me antoja tramposa y demagógica. Pero lo bien que se sienten muchos al otorgar un momento de gloria en pleno Hollywood a un grupo de parias... Lavando conciencias.

En definitiva, una película correcta, pero del montón, que se ha visto beneficiada por una operación de marketing considerable. Por cierto, aunque parezca mentira, existen presentadores de concurso todavía más repelentes que el amigo Sobera. Aunque si alguien se inspira en “Saber y ganar” para el argumento de otra película, a ver si tiene cojones de encontrar a un tío más pelma e insoportable que Jordi Hurtado.