Mucho más acertado el título original que el español, que remite al típico drama carcelario, en realidad se trata de una vieja historia de crimen y castigo, de injusticias y abusos, de chivos expiatorios y de venganzas en frío. Al fin y al cabo, la justicia, dicen, existe; al menos en las películas. En las buenas películas. Por encima de cualquier otra cosa cuenta una redención, en realidad dos, la de Andy y Red, pero sobre todo la del preso negro que de forma soberbia encarna Freeman. También es la historia de una amistad surgida en circunstancias brutales y labrada, como el túnel de Dufresne, durante años y años. Sólida y penetrante. Tanto, que ni el martillo de gemas, ni la biblia, ni el agujero, pueden con ella.

No carga su largo metraje, ni cansa la omnipresente voz en off del verdadero protagonista. Simplemente, la historia fluye por un río de mierda para salir limpia al otro lado. El final, emocionante y necesario. Grande. Que veinte años no es ná. Voy a enchufarme una birra para celebrarlo.

Joder, qué bonita.