Con ésta ya son dos las veces que tito Gus me la mete doblada. La primera vez, con "Elephant", me pilló desprevenido. Amparado en el eco mediático de su triunfo en Cannes y la propia temática de esa peli (la matanza de Columbine), consiguió endiñarme sin piedad -como bien decía cierto usuario- un interminable y tedioso ‘documental sobre pasillos’ que no me desagradó del todo pero que sí me suscitó ciertas dudas. Desconocía, por ejemplo, si Van Sant quería realmente contarnos algo o si se conformaba con refocilarse mostrándonos su innegable talento creativo.

La segunda vez, ésta, me la volvió a meter. Pero fue diferente. “Paranoid Park”, al menos, ha despejado mis dudas. Me explico. Van Sant sabe rodar, eso está claro. Aprovecha a la perfección los múltiples recursos que el cine pone a su disposición (fotografía, música, cámara lenta, montaje…) y, hasta cierto punto, incluso sabe cómo cautivar al espectador. Pero como decimos en català: “se li veu el llautó”. Se le adivinan las intenciones, vaya.

Su introspectivo retrato sobre las dudas y la culpabilidad de su adolescente protagonista está muy bien, de acuerdo. Pero cuando un film de 85 escasos minutos se hace lento y pesado es porque algo falla. Sobre todo si el skate te la trae floja. Pero qué más da. Tito Gus no tiene el menor reparo en estirar el chicle hasta extremos inimaginables. Tal vez no sepa que la elasticidad creativa también tiene su límite.

Lo siento, Gus. Sé que sabes rodar. Eres independiente y tienes personalidad. Pero lo que me cuentas me aburre.